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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Jospin y Europa

AL PRESENTAR su programa de Gobierno ante la Asamblea Nacional, Lionel Jospin no ha quebrado sus promesas electorales. Pero tampoco ha aclarado cómo pensaba cumplirlas. Promete a la vez nuevos gastos públicos y entrar en la moneda única, lo que implicaría respetar una política restrictiva para que las cuentas nacionales cuadraran con los criterios de Maastricht. ¿Pretende la cuadratura del círculo o entrar en la moneda única saltándose el límite del 3% del PIB en déficit público? La respuesta, a la vuelta del verano.Las grandes decisiones quedan aplazadas a septiembre, cuando se verá si son viables. El Gobierno socialista francés ha encargado una auditoría general sobre las cuentas del Estado. Cuando se disponga de ella, en julio, el Ejecutivo podrá presentar un programa más detallado. De momento, Jospin afirma claramente que Francia entrará en la unión monetaria a tiempo, es decir, en 1999. Pero elude el debate sobre las condiciones.Empieza, sin embargo, a cundir la impresión de que Francia no podrá cumplir este año con el objetivo de déficit del 3% del PIB, y ello sin contar los nuevos gastos comprometidos en el programa de Jospin.

El primer ministro ha hablado mucho de fines y poco de medios, aunque ha insinuado posibles subidas de impuestos directos o indirectos. En todo caso, ha mandado. señales claras a su electorado y a los comunistas y verdes, que forman parte de la coalición que dirige. Así,, ha anunciado una subida del 4% del salario mínimo, moderada aunque superior a la inflación. Detiene los proyectos de privatización de varias empresas públicas de gran calado, como Fránce Télécom, Thomson o Aeroespatiale, pero no dice cómo cubrirá el Estado este lucro cesante frente a los ingresos previstos; ni aclara por qué la izquierda francesa mantiene el dogma de la estatalización.

El Gobierno se ha comprometido a crear 700.000 nuevos puestos de trabajo para jóvenes, y congela de inmediato la reducción del empleo público. Jospin, más que cambiar sus promesas, las ha estirado en el tiempo de una legislatura que ha de llegar -si el presidente Chirac no disuelve antes- hasta el 2002. Para el final de este plazo queda la reducción de la jornada laboral de 39 a 35 horas semanales. Y de inmediato, para satisfacer a los verdes y de paso ahorrar, cancela algunas importantes pero nada imprescincidibles obras públicas.

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El programa presentado, y aprobado, contempla también nuevas medidas en el terreno de la vivienda, de la educación o de la seguridad ciudadana. Ahora bien, con ser la obesión por Maastricht. la que guía las miradas exteriores que se posan sobre Francia, no cabe pasar por alto que la acción que comienza a emprender este Gobierno socialista tiene también una dimensión política. Para empezar, abroga las leyes de Pasqua y Debré sobre inmigración aprobadas bajo la presión del fenómeno xenófobo de Le Pen.

Esta primera intervención parlamentaria de Jospin revela que la victoria cogió por sorpresa a los socialistas franceses, y que la coalición con comunistas y ecologistas es una novedad en Francia que requiere ajustes. Hay que dar tiempo al nuevo Gobierno para que se haga con la situación y calibre el margen de maniobra -sin duda estrecho- que tiene en materia presupuestaria y, por tanto, social. Y mientras Jospin presentaba un programa en principio aun europeista, del otro lado del canal de la Mancha, se producía la elección de un nuevo líder de los conservadores británicos que no va a favorecer una más comprometida política europea del Gobierno laborista de Blair. Todo lo contrario. La elección de William Hague, el joven euroescéptico de 36 años, frente al europeísta Kenneth Clarke asegura que se mantendrá en la política británica la presión y la pedagogía antieuropea. Los tories han elegido un mal camino. Y aunque sean pocos y en la oposición, influirán en el debate.

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