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Tribuna
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La infidelidad

La ciencia acaba de demostrar me diante el ADN de las mellizas granadinas, el efecto de una infidelidad. No tardará mucho en demos trar, con pruebas limpias, su causa justa. En ningún asunto hay implicados tantos prejuicios, hipocresías y materiales de derribo religioso, como en el asunto de la infidelidad. La denominación misma de infidelidad para referirse al doble amor, al binomio sexual o al episodio fuera de la pareja, vicia de raíz todas las consideraciones. Nadie puede defender en condiciones regulares esa conducta si de antemano se ha tachado de inicua. Los muchos que en esta experiencia han sido empuja dos a sentirse culpables saben de sobra que la condena no surge de su interior ni tampoco del corazón de la especie, sino de un sanedrín social que les castiga más allá de sus competencias. El infiel, un hombre o una mujer con amor añadido, pasa a ser, con frecuencia, objeto de odio. Pero incluso aquel o aquella que, simplemente, desea vivir la ex periencia de otro cuerpo puede ser conducido a la picota. ¿Se encontrará un ejemplo más clamante de de sacuerdo entre la realidad y la interpretación? Visto al revés, el absurdo es todavía más elocuente. Un hombre o una mujer que en la totalidad de su existencia sólo haya conocido una relación sexual, ¿puede tenerse por ejemplar? Claro que no; pero se objetará entonces que lo sustantivo no es la monogamia sin término, sino la monogamia en los términos de cada relación. Cuentos. Precisa mente lo natural no es querer o de seara los demás en exclusiva y en fila india, sino tramarse con unos y con otras en un surtido de atracciones y carinos a la vez. ¿Es eso infidelidad? ¿Es eso inmoral? La ciencia que día tras día va poniendo un gen mondo en el complicado lugar del mito, no tardará mucho en hallar una información escueta que termine con la infamia del infiel.

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