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Entrevista:

"A los de Getafe se nos conocía por los zapatos embarrados"

La primera vez que pisó Getafe, una gélida mañana de Re yes de 1945, sólo acertó a ver calles lóbregas, desangeladas y sin asfaltar. "Uy, no, este pueblo no tiene historia", se apresuraron a comunicarle, con gesto escéptico, los paisanos. No les creyó, por fortuna. Manuel de la Peña (Barcelona, 1926) ha dedica do desde entonces buena parte de su vida a escudriñar en las raí ces de esta ciudad y se ha en contrado con historias bastante más fascinantes de lo que pudiera pensarse.Es fundador de la peña cultural La Nueva Gran Piña, cronista oficial y autor de un buen puñado de libros amenos, el último de los cuales, Las calles tienen su historia, supone una muy entretenida incursión en el desconocido Getafe del siglo XIX. Que fue, por lo que cuenta, una centuria marcada por las guerras, la epidemia de cólera o el alojamiento de tropas, pero también por un aire sanísimo -los médicos recetaban estancias en la villa- y por el inconfundible aroma del plato típico: estofado de cordero con alcachofas.

Pregunta. ¿Queda rastro de aquel Getafe decimonónico?

Respuesta. Poca cosa, salvo el recuerdo de personajes ilustres como Silverio Lanza o Ricardo de la Vega. El general Palacio, que da nombre a una de las plazas más importantes del pueblo, se propuso que Getafe se convirtiera en el Versalles de Madrid y ajardinó medio pueblo, pero de ello sólo queda algún ejemplo testimonial. Y de las casas de labranza, tan propias de la época, ni eso.

P. Usted ha contado buena parte de la historia de Getafe a través de sus calles. ¿Cuál es la más hermosa de la ciudad?

R. Actualmente, alguna del Sector III, pero yo me quedo con una ya desaparecida: la del Beso. Era un callejón estrechísimo y oscurito, como de judería, y le confesaré que en los años mozos venía al pelo para los encuentros amatorios.

P. ¿Le ha perjudicado a este municipio, a lo largo del tiempo, su cercanía con Madrid?

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R. Eso puede pensarse ahora, que incluso a nuestra Universidad Carlos III le han colgado el apellido "de Madrid", pero en tiempos no era, así. Para el labrador de siglos pasados, apegado a su terruño y a su cosecha, esos 13 kilómetros con la villa y corte se le antojaban una distancia enorme.

P. ¿Qué recuerda del Getafe que se encontró aquella primera vez, hace 52 años?

R. Me llevé una desilusión enorme, porque sólo había barro y más barro por todos lados. La única calle transitable era la de Madrid, y aun con todo también se chapoteaba. A los ciudadanos de Getafe nos conocían en todas partes por llevar siempre los zapatos embarrados. Te miraban a los pies y decían: "Viene usted de Getafe, ¿eh?".

El libro Las calles tienen su historia está editado por la Delegación de Cultura de Getafe.

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