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Jonathan Miller ambienta 'Ariadna en Naxos' en el mundo bufo del Gordo y el Flaco

Zubin Mehta repone la Ópera de Richard Strauss en el Mayo Musical Florentino

Por la partitura de Ariadna en Naxos corretea música de los tres últimos siglos, incluido mucho material wagneriano, la que Richard Strauss solía mostrarse refractario. Pero su eje de desarrollo coincide con el gran lied alemán del fin del romanticismo. El director de escena Jonathan Miller ha seguido ese eje para situar en el primer cuarto del siglo XX, el montaje de esta ópera recién estrenado en Florencia. La consecuencia es que Arlequín, Truffaldino y demás personajes de la comedia dell' arte se convierten en el Gordo, el Flaco y otras figuras de la gran época del cine mudo.

El médico y director de escena inglés justifica su opción porque Ariadna, estrenada inicialmente en Stuttgart en 1912, fue representada por primera vez en su versión definitiva en Viena, en 1916. En el pleno, pues, de la gran guerra que puso fin a la agonía del mundo musical y cultural que Strauss revisa en esta obra, desde sus raíces dieciochescas hasta sus últimos maravillosos estertores, con un entusiasmo vibrante que, ciertamente, no es el del simple notario.Miller ha estimado que la, fecha clave es ésa, y que a ella hay que trasladar la polémica entre ópera seria y ópera bufa que plantea el libreto de Hofmannsthal para representarla con un sentido meramente celebrativo. Por el mismo motivo, evita contraponer la estética clasicista del drama serio al clima italiano del teatro bufo.

En la versión estrenada en el Mayo Florentino, Ariadna yace permanentemente en un divan que no admite más paternidad que la del doctor Freud, y Baco viste una lustrosa bata digna del padre del psicoanálisis en pleno rapto megalómano. Los cómicos giran en torno a la solemne pareja haciendo parodias de la comedia musical popularizada por el cine en sus comienzos. Miller utiliza los clichés de la nueva cultura para definir una distancia irónica frente al drama que ilustra, y sólo las tres ninfas-Najade, Driade y Eco- parecen caídas de algún cromo mitológico. Por cierto, que son interpretadas por tres jóvenes italianas de modo excelente.

La transposición es, pues, amable y simpática, sin riesgos de traumas como los que pudo provocar el Rigoletto ambientado en el Nueva York de la Mafia que dio celebridad internacional, hace ya casi 20 años, a Jonathan Miller.

En el plano musical, Zubin Mehta ha asumido el desafío de reponer una obra: que no se representaba en Florencia desde 1977, cuando Marita Napier, Edita Gruberova, Agnes Baltsa, James King y Walter Berry cantaron los principales papeles. Pensar reunir hoy un plantel comparable es tarea de escalofrío. Pero el célebre director indio no ha salido mal parado del intento.

Altos vuelos

Su Ariadna en Naxos es de muy altos vuelos. Precisa y ágil a la hora del yuxtaponer el recitativo clásico o la parodia del aria de coloratura al universo armónico germánico. Brillantemente musical e inspirada cuando la gran vena melódica de Strauss emprende el vuelo. Lástima que la orquesta del Mayo Florentino no le haya respondido esta vez con todo el virtuosismo que resulta imprescindible para un conjunto de cámara como el que sostiene esta ópera.Elisabeth Meyer-Topsoe, que sustituye en todas las representaciones programadas a la indispuesta Cheryl Studer, hace una Ariadna de gran calidad, pero marcada por una cierta dureza en el registro agudo. También es digno de ser oído el Compositor de lldiko Komlosi por la expresividad de su canto, aunque la gran voz de esta mezzosoprano tenga dificultades para alcanzar el punto de afinación preciso. Laura Aikin es una excelente y graciosa Zerbinetta pese a sus limitaciones vocales.

De voz está sobrado, en cambio, el norteamericano Jon Villars, que, sin duda, es un cantante a seguir, porque, con una técnica algo más pulida, resultaría un tenor heroico incomparable. El público apreció las distintas cualidades de los componentes del cartel, ya que aplaudió con entusiasmo.

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