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Saqueos y muerte en las calles de Brazzaville

Alfonso Armada

El miedo es libre, y el embajador ruso en Brazzaville, la capital de Congo, conoce el suyo. Camisa blanca, corbata y chaqueta negras, Nikolái Sizykh encabeza el grupo de compatriotas que avanza conteniendo el aliento hacia el aeroclub de Brazzaville, arropado por una escolta de legionarios franceses armados hasta los dientes. Es el último tramo de la Operacion Pelícano, cuando los extranjeros rescatados de una ciudad en abierta descomposición son llevados hasta la escalerilla del avión que les llevará a Libreville, capital de Gabón, lejos de Brazzaville, que los saqueos y violaciones masivas del alto el fuego han convertido en una ciudad fantasma, con decenas de cadáveres en las calles.Pero Sizykh, un siberiano de 60 años, que vive la cuarta evacuación en su carrera, ha decidido quedarse al frente de su legación a pesar de encontrarse en la misma línea de fuego entre las milicias cobra del ex presidente Denis Sassou N'Guesso y el Ejército del presidente Pascal Lissouba. Pasa a la página 5

"Es una carnicería"

Legionarios y extranjeros se hacinan en el asediado aeropuerto de Brazzaville

El aeroclub es un hervidero. Paracaidistas en alerta permanente desde tanquetas artilladas, soldados registrando tras una batería de ordenadores a las decenas de extranjeros que apuran sus últimas horas en Brazzaville abrazados a lo poco salvado de la quema, un jardín de satélites del ejército de periodistas, la escolta armada que se encamina hacia la pista en cuanto un nuevo aparato aterriza, y, de vez en cuando, la razón de todo este zafarrancho: cañonazos secos y morteros, proyectiles de la milicia de Sassou N'Guesso, que quiere arrebatar a Lissouba del control del aeropuerto. Y la réplica de las tropas del Gobierno. "Es una locura total. Disparan con todo lo que tienen, lanzagranadas, morteros, artillería, armas automáticas. Hasta han tirado contra los que recogen a los heridos. Es una carnicería", se lamenta un teniente francés. Pero no hay ninguna organización humanitaria trabajando sobre el terreno y todas las cifras de muertos que se han barajado, algunas muy elevadas, son pura especulación.Dos tanquetas artilladas con un banderín francés bien visible escoltan al convoy que devuelve al ruso Sizyj a su Embajada. La pequeña caravana avanza por avenidas desiertas, propias de una ciudad fantasma, con milicianos y pelotones agazapados en esquinas estratégicas y esporádicos tableteos que nadie sabe muy bien de dónde vienen ni a quién van destinados. "Por un deporte sin violencia, respeta las reglas de juego", reclama con involuntaria ironía un rótulo primorosamente pintado en los muros de un estadio. El zoo es un parque desolado, como una parte del centro de la ciudad: edificios salpicados por el hierro crudo de la artillería, comercios saqueados, inmuebles reventados o carbonizados por las llamas.

Mientras que un diplomático califica de "terrorista" el comportamiento de las dos partes, Laurent Vigier, número dos de la Embajada francesa en Brazzaville asegura que la negociación de un alto el fuego es casi imposible "porque tanto Lissouba como Sassou N'Guesso creen que negociar es que el otro acepte sus puntos de vista y, además, están más preocupados por rencillas y odios del pasado que por el futuro

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