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¿España contra el empleo?

Xavier Vidal-Folch

¿Aprovechará España la nueva pasión pro fomento del empleo surgida en la Unión Europea (UE) al calor de las victorias socialistas en Francia y el Reino Unido? ¿O saldrá escaldada de esta marea?En cualquier caso, el objetivo empleo quedará consagrado, con capítulo propio, en el nuevo Tratado de Maastricht. Y alguna respuesta se dará a la pretensión francesa de dotar a la Unión de una suerte de Gobierno económico que no deje colgado en el vacío político al Banco Central Europeo y estimule la lucha contra el desempleo. Los trabajos de la Conferencia Intergubernamental, además de reforzar el objetivo empleo, han consensuado también dos mecanismos para perseguirlo. Uno, que toda política y medida comunitaria, en cualquier ámbito, lo tenga en cuenta. Dos, la realización de un "informe conjunto anual", a aprobar por el Consejo Europeo sobre el que el Consejo de ministros "podrá formular recomendaciones", por mayoría cualificada.

Todos, salvo Alemania y España -y en parte el Reino Unido- los consideran insuficientes. Propugnan, pues, añadirle uno: el otorgamiento de "incentivos" financieros al empleo. No está claro aún si se limitarían a bonificar a los los países cumplidores de los objetivos del informe anual, o se desplegarían además en programas territorializados, planes-piloto en sectores y ciudades; o diseños de incentivos fiscales.

Alemania se opone alegando que la política de empleo es competencia nacional. Así es hoy. ¿Y mañana? Si el paro es un fenómeno transeuropeo ¿por qué razón no debe atacarse también con políticas y recursos comunitarios? ¿O es menos necesaria una política común en este ámbito que en el agrícola? Más que un argumento se trata de una coartada, aunque comprensible: Alemania, principal contribuyente neto al presupuesto comunitario (30%), teme verse obligada a incrementar su cheque.

El argumento crudo de España es parecido, pero inverso. Teme perder parte de los fondos, estructurales, porque absorbe un 26,7%, de ellos (seis billones de pesetas entre 1994 y 1999), mientras que su clave de reparte en una hipotética política de empleo sería inferior: un 20%, equivalente a la cuota española del desempleo total comunitario. El riesgo no es baladí, pues ya ha habido tentativas de erosionarlos. Hace bien por tanto la diplomacia española en su defensa numantina y en no cambiar a ciegas pájaro en mano (el dinero que ya obtiene de Bruselas para el reequilibrio de la renta y al desarrollo regional y social) por ciento volando (el hipotético para el fomento del empleo).

Pero ¿se agota ahí todo su capacidad de maniobra? No es seguro. Cierto que los socios se oponen a aumentar en el futuro las perspectivas financieras plurianuales más allá del techo del 1,27% del PIB de la UE pactado en Edimburgo en 1992. Si no hay más dinero, ¿de dónde sacarlo para el empleo? Hay margen.

Hay margen, primero porque el actual presupuesto se cifra en el 1, 15% del PIB de la Unión. Le queda un trecho de 0,12 puntos para alcanzar el techo del 1,27%, y con un crecimiento económico previsto en torno al 2%, los recursos no comprometidos y en teoría disponibles son faraónicos. Segundo, porque si es verdad y no retórica que el empleo constituye la primera prioridad de la Unión, puede detraer recursos de otras partidas que no sean las del reequilibrio estructural: desde los más de 300.000 millones de pesetas no ejecutados del programa Phare (para el Este) hasta ciertos excesos en la política agrícola,

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La cuestión es si el Gobierno está o no dispuesto a pasar de una estrategia sólo defensiva a otra ofensiva, apoyándose en que España es el farolillo rojo del paro europeo y aprovechando la marea en favor de las políticas de empleo. ¿Por qué no propugnar un Fondo para el empleo, dejando intocables los estructurales? ¿Por qué no repetir la experiencia de 1991-1992? Entonces, Felipe González exigió una compensación a los esfuerzos Presupuestarios superiores que los países menos desarrollados debían realizar para seguir la convergencia y acceder al euro. Primero se creó un Fondo de Cohesión en el Tratado. Luego, contra casi todo pronóstico y a costa de algunas burlas, logró dotarlo en Edimburgo. Como ahora, muy pocos creían en su viabilidad. A diferencia de entonces, ahora ni siquiera se ha pensado.

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