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El negro corazón de Katanga

La codicia occidental vuelca sus ojos en los recursos del antiguo Zaire

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIAL ¿Hará frío o calor a 1.200 metros bajo la piel del Congo? Por las viejas galerías de la mina de Kipushi, a veces sopla un viento racheado; otras, el ambiente es irrespirable, hay que doblar la cerviz para recorrer un túnel sombrío y enfangado y el aire se vuelve pesado como el plomo. Hay corrientes de agua subterránea que las cavidades multiplican, venas abiertas de un mar tumultuoso. Brigadas de mineros oscuros como el corazón de la riquísima Katanga (la antigua Shaba, la despensa económica del antiguo Zaire y del nuevo Congo) se turnan para que la mina no se desplome, para que el agua que fluye por los mil poros sangrantes de la tierra no anegue las galerías excavadas desde principios de siglo. La mina de cobre, zinc y cobalto duerme desde hace cuatro años, con vehículos canibalizados y luces mortecinas, y "la esperanza en un puño", como dice Nkulu, un minero de 47 años, con casi 27 bajando nueve horas diarias a la noche, después de que ojeadores de la American Mineral Fields se metieran hace unos días en la caja que desciende 18 metros por segundo, para calcular si todavía resultaba rentable invertir unos millones de dólares para que sus mil mineros vuelvan a arrancarle a la tierra su riqueza.

La de Kipushi, a orillas de la frontera entre Congo y Zambia, a menos de 30 kilómetros de Lubumbashi, la plácida capital de Katanga, es apenas un adarme. Laurent Désiré Kabila, el nuevo presidente de la República Democrática del Congo, uno de los países potencialmente más ricos de Africa, sabía muy bien lo que se hacía cuando las tropas de su Alianza ocuparon, el pasado 10 de abril, la metrópoli katanguesa, seis días después de haber conquistado Mbuji Mayi, la capital de la diamantífera región de Kasai Oriental. Privado de sus principales resortes económicos, el régimen autocrático y corrompido hasta la médula de Mobutu Sese Sekosupo entonces que tenía los días contados.El hotel Karavia (el antiguo Sheraton), asomado al diminuto y transparente lago de Lubumbashi, acoge desde el triunfo de la revolución kabilista una nutrida representación de oficiales y altos cargos de la Alianza, pintarrajeadas jóvenes congoleñas dispuestas a prestar sus servicios al mejor postor y ejecutivos que no pueden ni quieren ocultar su origen, atraídos por la nueva era para los negocios abierta en Congo, no en vano Kabila ha sabido mezclar sabiamente su pasado marxista con la demonización de las clases que se han enriquecido en el Zaire de Mobutu y la apuesta por el libre mercado. La democracia, de momento, acaso como en la China que inspiró lejanamente su eficaz guerrilla, deberá esperar.Sí parece claro que, tras el apoyo hasta última hora de París a Mobutu, y el respaldo de Uganda y Ruanda (con Washington entre bambalinas) a Kabila, las compañías anglosajonas y surafricanas están en mejor situación que las francesas o belgas para hacerse un hueco al sol en Katanga, una región tan grande como España, pero habitada por poco más de seis millones de habitantes y con un subsuelo extraordinariamente rico en minerales. Lo que está fuera de dudas, como se encargan de subrayar los máximos responsables de la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo, con Mawampanga Mwana Nanga, el nuevo ministro de Finanzas, educado en Estados Unidos, es que Congo "no volverá a ser jamás un dominio privado". Una alusión al expolio al que Mobutu y su cohorte sometía los cofres del Estado y al cuasi monopolio del que disfrutaba la MIBA, la compañía que explotaba los diamantes de Kasai, en buena parte controlada por el gigante surafricano De Beers.Hasta el ex presidente norteamericano George Bush, compañero de pesca de Mobutu, y el ex director de la CIA Richard Helms poseían acciones, de Barrick International Advisory Board, que obtuvo en 1996 una concesión del Gobierno para explotar parte de las minas de oro de Kilo-Moto, en la región de Alto Zaire.Tras haber llegado a extraer más de medio millón de toneladas de cobre en 1988, la producción de Zaire (prácticamente localizada por completo en Katanga) no llegó a las 40.000 el año pasado. Salvo en diamantes y cobalto, todos los indicadores de la economía congoleña resaltan un país en caída libre, un retroceso de pesadilla hasta el nivel de vida anterior a la independencia. Si en los años cincuenta el entonces Congo belga tenía una renta per cápita similar a la de Corea del Sur, hoy día los 10.000 dólares anuales de Seúl contrastan con los miserables 150 de Kinshasa (menos de 22.000 pesetas). Pero hay explicaciones para el sufrimiento de una población condenada a la miseria sobre uno de los subsuelos más bendecidos del planeta. La Gécamines (La General des Carrieres et Mines, que da empleo, pese a estar al borde del colapso, a cerca de 40.000 trabajadores) generaba el 60% del presupuesto del país, al tiempo que proporcionaba un porcentaje semejante de las exportaciones. Sin embargo, la Gécamines se convirtió en la principal fuente de ingresos de Mobutu Sese Seko y su cada vez más insaciable entourage, hasta el punto de haber llevado al país a la bancarrota, lo que en buena medida explica el entusiasmo con que las tropas de Kabila fueron recibidas en Lubumbashi, "una ciudad que es una segregación de la Gécamines y su red de empresas subsidiarias, hospitales y escuelas", según observa el sociólogo Kalaba Mutabusha, profesor de la depauperada Universidad de Lubumbashi.

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