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Tribuna
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Marejadilla en Europa

La victoria laborista parecía cantada, pero, aun así, no las tenía todas conmigo. No en vano, Major ya había salido una vez casi de milagro y hasta el último momento, pese a las encuestas, me temía una sorpresa desagradable. En el don de la derecha de hacer milagros creemos ya tan sólo la gente de izquierda. Al tiempo en los pasillos de Bruselas, con un optimismo poco realista, se especulaba sobre el vuelco que los laboristas darían a la Conferencia Intergubernamental. Aunque el Gobierno británico haya modificado muy significativamente su actitud ante Europa, hasta ahora no ha habido cambio en lo fundamental: el Reino Unido aspira a seguir desempeñando un papel propio en el concierto europeo, lo que supone frenar el proceso de integración política. El que euro se desprenda de la mera existencia de un mercado único, que los británicos han apoyado sin el menor recelo, no quita que, al rechazar sus implicaciones políticas, se hayan mostrado opuestos a la moneda única. Con todo, si el nuevo Gobierno laborista lograse apaciguar los ánimos -el euroescepticismo es producto del aislamiento insular y del centralismo interno-, pudiera ser que al final la City le empujase a entrar en el euro, tal vez incluso, aunque ello sea poco probable, en la primera vuelta.En cambio, nadie podía prever el aplastante triunfo de la izquierda en Francia, ya que si hubiera cabido la menor sospecha, el presidente Chirac no hubiera convocado unas elecciones preventivas, por lo demás prescindibles, que sólo trataban de evitar que en el año próximo coincidiesen con la decisión sobre el euro, de modo que pudieran influir negativamente sobre tan magno acontecimiento, o que en el envite la derecha perdiese la mayoría.

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Las medidas económicas de convergencia hacia el euro, tan necesarias como impopulares, han costado ya el poder a la derecha en Francia, y aún está por ver lo que ocurra en Alemania. Se comprende que el SPD, sin base constitucional ni posibilidad alguna, pida elecciones adelantadas, enardecido por los triunfos socialistas y ante la situación financiera en que se encuentra Alemania, con un déficit que supera lo permitido y que no se sabe cómo cubrir, y que ha ocasionado ya el mayor conflicto entre el Gobierno y el Bundesbank, poniendo de manifiesto que, cuando el agua llega al cuello, ni siquiera el Gobierno alemán, que en lo que concierne al futuro banco europeo se ha mostrado inflexible, respeta la autonomía del banco central. Tenemos todavía más de un año de campaña electoral en el que pudieran pasar muchas cosas, entre ellas que el SPD caiga en la tentación de acudir a una demagogia anti-Maastricht para captar votos.

El que el Gobierno socialdemócrata sueco haya anunciado su decisión de no formar parte del euro, por lo menos en su primera fase, ha sido la peor noticia de esta semana. Por un lado, muestra la fragilidad de los compromisos adquiridos -sólo el Reino Unido y Dinamarca han negociado el privilegio de entrar en el euro cuando lo estimen conveniente-, pero, claro está, a ningún país se le puede obligar a asumir contra su voluntad una decisión de tal peso; por otro, revela la división interna ante el euro, no sólo de la socialdemocracia sueca, sino de toda la izquierda europea. Empieza a calar en la gente la sensación de que no compensan los sacrificios que exige el euro, sin tener en cuenta los altísimos costes que tendría su fracaso. El que sólo se alcanzan las metas con dedicación y sacrificios es máxima que no debiera ser patrimonio exclusivo de la derecha, sino estar asumida, como principio básico de educación, por todos. No hay peor demagogia que predicar que se puede conseguir las cosas sin esfuerzo, o que cabría repartir las cargas por igual, acabando de repente con la injusticia que caracteriza a nuestras sociedades.

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