La rotunda victoria socialista en Francia obliga a Chirac a una difícil cohabitación
Francia ha dado un vuelco hacia la izquierda y abre una larga cohabitación, en principio de cinco años, entre un presidente conservador, Jacques Chirac, y un primer ministro socialista, Lionel Jospin. El triunfo electoral de Jospin -quien con los 275 escaños de la suma de sus diputados socialistas y los de izquierda no comunista y ecologista, se quedó sin la mayoría absoluta, que sólo podrá tener con el apoyo de los comunistas- le coloca en posición de fuerza frente a un Chirac muy debilitado. Jospin expresó anoche su "sentimiento de responsabilidad" y afirmó que todas sus reformas serían graduales.
Para Chirac, que disolvió la Asamblea Nacional con un año de anticipación, el resultado de las elecciones constituye un fracaso personal: pidió un cheque en blanco y ha recibido una factura. La derecha, que obtiene sólo la mitad de los escaños de que disponía desde 1993, se enfrenta, por su parte, a una grave crisis y algunos de sus dirigentes empiezan a hablar de "refundación" y de la posibilidad de crear nuevos partidos. El Frente Nacional regresa al Parlamento con un solo escaño, el obtenido en Toulon por su alcalde, Jean-Marie Le Chevallier. Jospin se dispone a formar Gobierno y a marcar con algunas medidas rotundas la ruptura respecto a la anterior Administración conservadora. La política europea no sufrirá una transformación radical, aunque Jospin habló anoche de "reorientar la construcción de Europa, que tanto queremos", e intentará que se aplace unos meses la conclusión de la conferencia intergubernamental para la reforma del Tratado de Maastricht. Jacques Delors, quizá como ministro de Asuntos Exteriores, velará por el talante europeísta del nuevo Gobierno.
El triunfo de Jospin deja muy debil a Chirac
La coalición de derechas se resquebraja y el presidente deberá replegarse para recuperar la confianza
La tradición se cumplió y, como en cada elección legislativa desde hace 20 años, los franceses cambiaron de bando. La mayor participación (71,4%, frente al 68,5% de la primera vuelta) no alteró la tendencia marcada el domingo anterior y los socialistas, devastados en 1993, regresan al poder cuatro años después. Charles Pasqua, el viejo zorro gaullista, interpretó ese vaivén de gobiernos como "una confirmación del temor y las dudas de Francia ante el futuro". En cualquier caso, se abrió una nueva esperanza tras dos años tormentosos bajo un doble mandato neogaullista, el del presidente Jacques Chirac y el del primer ministro Alain Juppé, que concluyeron anoche en fracaso doloroso para la derecha. Algunos, como Juppé, intentaron encajar el golpe sin aspavientos: "Deseo buena suerte al nuevo Gobierno; yo seguiré trabajando, desde mi puesto [de diputado de la oposición], en favor de Jacques Chirac y su proyecto de una Francia para todos", declaró el dimisionario jefe de Gobierno. Otros iniciaron algo muy parecido a una rebelión. Alain Madelin, el liberal que con Philippe Séguin componía la desesperada oferta de -última hora de la derecha, sugirió su propósito de romper con la magmática Unión para la Democracia Francesa (UDF) y crear un nuevo partido. Pasqua también se declaró, desde la otra formación de la Coalición Presidencial, la neogaullista Unión para la República (RPR), dispues-a to a "trabajar en la refundación de la derecha". Incluso Philippe ' Séguin, el hombre que a toda prisa, tras el hundimiento de la primera vuelta y la dimisión de Alain Juppé, fue alzado a la condición de líder de emergencia y última esperanza de la derecha, expresó indirectamente su voluntad de asumir el mando del movimiento neogaullista, aún en manos de Juppé, o crear un nuevo partido. Declaró que el resultado electoral revelaba una crisis profunda. Otro aspirante al liderazgo del neogaullismo es el ex primer ministro Edouard Balladur. La primera reflexión del conjunto de la derecha democrática deberá referirse a su relación con el FN: ayer quedó claro que un sistema electoral mayoritario como el francés aconseja la alianza; por otro lado, ¿cómo integrar un movimiento totalitario y de marcados tintes neofascistas? La catástrofe conservadora dejó fuera de la política a algunos primeros espadas, varios de ellos implicados en casos de corrupción. La desazón de la derecha, que hervía en declaraciones crispadas y anuncios de crisis, contrastaba con la placidez de la izquierda vencedora. Lionel Jospin, radiante y bienhumorado, habló de "una nueva economía al servicio del hombre", una "reorientación de esa construcción europea que tanto deseamos", una "renovacióndel sistema democrático" y, sobre todo, prometió "diálogo", algo que los franceses han echado en falta durante los dos años que ha durado el Gobierno de Juppé. Las palabras repetidas por los socialistas, "modestia" y "diálogo", reflejaban, pese a la alegría del momento, la enorme responsabilidad que recaía sobre sus espaldas. Francia lleva un largo tiempo enferma, indecisa y pesimista ante un doble proceso de internacionalización económica y de pérdida de soberanía frente a las instituciones europeas. Un año como mínimo ¿Y Chirac? Muchos comentaristas habían afirmado, apoyándose en bases psicoanalíticas, que los últimos discursos presidenciales traslucían un deseo inconsciente de cohabitar con la izquierda, quizá para descargarse del evidente fracaso de su fiel amigo Juppé. Está claro, en cualquier caso, que para Chirac comienza una etapa difícil. No sólo porque, al menos durante el primer año de cohabitación, no dispondrá siquiera del arma constitucional de la convocatoria de nuevas elecciones y deberá ceder ante la nueva legitimidad de Jospin, sino porque por largo tiempo se le achacará el error de una disolución en el peor momento. Chirac quiso anticipar las elecciones para reforzar a Juppé dándole un nuevo plazo de cinco anos para reformar sus apremios electorales, y para reforzarse a sí mismo ante las cruciales negociaciones europeas de las próximas semanas. Pero todo le ha salido al revés. En la próxima cumbre de la Unión Europea (UE), será Jospin quien hable por boca de Chirac. Contra lo que esperaba, su papel será frágil ante los demás jefes de Estado y de Gobierno de la UE. Y muy, muy frágil ante sus propios compatriotas. Los franceses, que aman la política de alto nivel, le han hecho pagar muy cara una maniobra que se ha revelado torpe: les pidió un cheque en blanco y ha recibido una factura. El electorado ha expresado a Chirac su descontento por el balance de sus dos primeros años en la presidencia, y el objetivo de Chirac debe ser ahora relegarse a sí mismo a un segundo plano y, poco a poco, recuperar la confianza que ayer le negaron los ciudadanos.
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