Un presidente muy raro

La corrida de Toledo terminó con sonora bronca al presidente. La trifulca se la había buscado él solito, con sus rarezas. La primera consistió en conceder a Rivera Ordóñez la oreja de su primer toro con una petición minoritaria. Entonces, las protestas fueron también minoritarias, pues ya sabemos que los aficionados exigentes son muy exiguos.Pero la segunda rareza llegó al corazón de la mayoría orejista y eso ya es gravísimo. Todo fue por no otorgar a Enrique Poncela segunda oreja del quinto, un dulce torito inválido, que se dejó hacer una larguísima faena, abundante en empleo del pico y llena de esas empalagosas dulzuras del valenciano. Tras señalar un pinchazo, dejó Ponce una estocada y aunque esa segunda oreja se pidió a grito destemplado y aunque la cuadrilla de Ponce llegó a utilizar mañas tan arteras como desengachar el toro del tiro de mulillas -Mariano de la Viña fue el autor de tal desmán- para que se retrasara el arrastre, el presidente las mantuvo tiesas.

Todo un presidente, porque la faena había sido una broma macabra con un torito inofensivo. Pero lo estropeó con la última rareza. Devolvió al corral al sexto, que no estaba más tullido que los restantes. Claro que esta vez el público, para fastidiarle, casi se mete en el palco para tirar del pañuelo verde.

El resto de la corrida se resume con los intentos de meter el pico por parte de Ponce, sin conseguir nada porque los torillos no se sostenían en pie, y las dos faenitas orejeadas de Rivera al segundo y al cuarto. En el segundo, anduvo con esfuerzo, porque el bichito sacó una miaja de picante. Y en el cuarto, que se defendía a tomillazos, destacó por su toreo de mano baja y porque aguantó con valor los gañafones en una serie de pases por alto.

En este mano a mano Inesperado -faltó el anunciado Joselito- salió triunfador Rivera. No sólo por el mayor número de trofeos, sino, además, porque estuvo toda la tarde en loor de multitudes femeninas.