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Tribuna
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Del torero al 'pegapases'

Torear, lo que se dice torear, consiste en aplicar los conocimientos técnicos y sentimiento artístico al comportamiento de los toros bravos, ariscos, geniudos, nobles, pastueños (así llamados aquellos a los que una alimentación exclusiva de pasto les ablanda la innata potencia y furibundez) y mansos.Es decir, justificar cada acción según indiquen las circunstancias. No dar pases, telonazos o remanguillés sin orden ni concierto, con el único fin de lograr un más que problemático lucimiento. Tampoco es aconsejable adoptar actitudes por el mero hecho de que el tópico las haya impuesto como norma, verbo y gracia: sacar el toro a los medios, sin más.

El pegapases es consecuencia del pastotoro, tan en boga, que escasamente obliga a pensar para adoptar la medida técnica adecuada a cada caso. La mayoría de los toreros actuales, acostumbrados a la bonanza, apenas conservan en la memoria normas variadas, actualmente casi innecesarias. Lo que no quiere decir que sean mejores o peores, simplemente que no lo necesitan.

De ahí que, por lo general, sólo se aspire obsesivamente a dar pases y más pases, derechazos y más derechazos, tras naturales y más naturales, venga a cuento o no. Como consecuencia, la mayoría resultan insulsos, monótonos y artificiosos, salvo excepciones, pocas.

Las características del toro actual, cuasi monocordes, limitan la variedad, la inspiración y la creación, como expresión de la personalidad del diestro ante el imprevisto, basamento del toreo. Al no presentarse la necesidad de improvisar artísticamente sobre la marcha, se cae en la monotonía, y surge el pegapases, calificación que no duda de su capacidad técnica, sino de la imaginativa.

Si surge un torero que improvisa una actitud feliz es rápidamente plagiado, imitado y hasta corregido. Pasado un tiempo, todos lo adoptan y, claro, vulgarizan arrojándolo al fondo del repertorio pegapasístico, perdida ya toda su frescura. Si mengano triunfó gracias a una cadena de muletazos de pecho, por un suponer, toda la torería fabrica pases de pecho por un tubo...

La ejecución del arte de torear está en función del toro. Si éste saca a relucir potencia, nervio y brusquedad, el torero debe contrarrestar con valor, inteligencia y técnica adecuada, aparte de la aportación personal de su sentimiento artístico. Por el contrario, si la res sólo ofrece bonanza, temple y escasez de fuerza, el diestro, además de cuidarla como cristal de Bohemia, no tiene otra opción que dar muchos pases despasitos, despegaditos y bonitos.

No extraña que los públicos -todos en generalse entusiasmen con los bravos y pujantes toros de algunas ganaderías -escasas- que restauran la emoción en el ruedo y en los tendidos. Tampoco que se entreguen ante los toreros que se les enfrentan, aunque sus acciones no estén presididas por la estética y sí abunden en valor, técnica y vibración.

Desgraciadamente, es normal contemplar cómo se aburre la concurrencia de una plaza como Las Ventas de Madrid mientras un torero practica la filosofía del pegapases sin causar en ellos el menor atisbo de emoción o admiración. Lo peor es que el torero arriesga la vida, pero no lo da a entender como es menester. ¿Por qué? Porque falta la sensación de peligro -aunque exista- y, en su defecto, la acción carece de interés. Triste, muy triste.Juan Posada es matador de toros retirado.

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