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Tribuna
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Madrid, capital mundial del toreo

El toreo fue siempre importante en la capital de España, incluso antes de que Felipe II la eligiera como tal. Desde los tiempos de Juan II, siglo XV, las corridas de toros más significativas se celebran en Madrid, donde acuden los que desean alcanzar altas cimas y los que quieren conservar sus logros...Desde Pedro Romero a Enrique Ponce, los toreros tuvieron que revalidar periódicamente sus cualidades en Madrid para mantenerse en los primeros puestos. De ahí su categoría y las rotundas consecuencias del triunfo o el fracaso en su ruedo.

Actuar en Madrid es la prueba más importante y productiva, o lo contrario si no se acierta, que sufre el torero. Antes, hace 45 años, como sucedía desde siempre, las contratas y los emolumentos dependían de los resultados madrileños. Por ello, mentarle a un torero la plaza de Madrid significaba hacerlo pensar...

Por entonces la plaza de Las Ventas albergaba una afición entendida, dura y poco dada al entusiasmo, que cuando se despertaba era por motivos muy justificados. Se atendía con rigor la colocación de los diestros y sus manejos lidiadores, así como las evoluciones de los subalternos. Situar un toro ante el caballo con torería otorgaba crédito, confianza y el aplauso de la mayoría, ahora minoría.

La Feria de San Isidro, cincuentenaria por estas calendas, joven al principio de la década del medio siglo, sustituyó al famoso abono madrileño, iniciado hace más de cien años. Los toreros pretendían ser incluidos en los carteles más caros. Por entonces, los días que actuaban las primeras figuras el precio de las localidades era más alto...

Por ese motivo, los empresarios, aparte de exigirles más, les echaban en cara que "sólo hubieran dado durante el ciclo madrileño dos o tres vueltas al ruedo". Era indispensable haber cortado orejas para ser bien ajustado en las ferias importantes. Al no ser así, disminuían los contratos y, desde luego, los dineros.

Sabían que, aunque hubiesen triunfado en Valencia, Sevilla u otra plaza importante, una tarde simplemente cumplidora en Las Ventas provocaría una catástrofe, con la consiguiente subordinación a los empresarios. ¡Adiós sueños!

Era obligado para los de reconocido cartel acudir a Las Ventas en la temporada de otoño -no feriada- Se reservaban algunas corridas benéficas: Asociación de la Prensa, Montepío de Policía o Montepío de Toreros. Las figuras, una vez salvado el trago de Bilbao, a mediados de agosto, iniciaban el ascenso de preocupación, incesante hasta la muy dura Feria del Pilar.

Curiosamente, como ocurre ahora, el público otoñal era más bonancible y otorgante. A ello se sumaba que los toros en septiembre no tenían la pujanza de mayo, con la primavera en la boca. Los diestros, por el contrario, estaban más puestos, aunque cansados. La certeza de que serían bien recibidos, compensación por el gesto de acudir otra vez a la cátedra, calmaba un tanto sus miedos e inquietudes.

Había que estar bien, como fuera. Del resultado dependía la mejor o peor disposición de ánimo de los empresarios valencianos, sevillanos y madrileños al iniciar los escarceos de nuevos contratos, apenas con el turrón en la boca. Una lucha, año tras año, por mantener el tipo y el mejor dinero en todas las plazas importantes de España, con el visto bueno de la principal: Las Ventas del Espíritu Santo.

Juan Posada es matador de toros retirado y periodista.

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