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Desquioscados

Una mañana de mayo, concretamente la del día 1, Fiesta del Trabajo, me eché a la calle dispuesto a deslomarme caminando para conmemorar la efeméride. Preciosa mañana, con el firmamento azul-azul, como antaño. Calentaba lo suyo el padre sol, pero una brisa femenina como ella sola lo atemperaba: la suma de ambos era balsámica y reconfortaba el body y la soul. Las tenebrosas maquinonas de cada día habían callado al fin, de modo que se escuchaba nítidamente la feliz conversación de los gorriones, e incluso el tañido de campanarios inéditos y acaso remotos. Un sentimiento de gozo e inocencia se instaló también en mi viejo y remendón corazón, y hasta franquee sin traumas, por una vez, la plaza del Doctor Marañón, desfilando como si tal cosa ante el pavoroso muestrario de ingenios para el progreso allí acumulados.Todo me iba saliendo bien, porque a las acacias de la Castellana se les ha permitido darnos sombra, y disfruté de ella y del oxígeno -que también me brindaban- a pleno pulmón. Contento, me puse a evocar otras acacias (las de Rosales poblaron de pronto mi cerebro y pensé una vez más en lo bonito que es Madrid cuando le dejan), otros tiempos. Viejos quioscos de madera, viejos sillones de mimbre, sol en los rubios cabellos de mis niños, en la rubia cerveza, en las rubias patatas fritas de verdad, todo un mundo de rememoranzas áureas sublimadas, entre bávaras, madrileñas y oníricas.

Toda esta sopa de memorias y saudades seguía bullendo en mi mente cuando penetré en el Retiro por la puerta de la Independencia y dirigí mis pasos, aún medio sonámbulo, al quiosco de la Puerta de Alcalá. Unas vallas de lo que antiguamente llamábamos aluminio me devolvieron al presente y a la dura realidad. Me di cuenta de que estaba sediento y cansado, y también de que mis pasos de autómata me habían conducido hasta allí seguramente con objetivos nada oníricos, sino empíricos, con toda probabilidad a sentarme a la sombra y apurar voluptuosamente un granizado de limón de los que allí elaboraban. Idénticas vallas hallé en el lugar que ocuparon el quiosco de la estatua, el Fuente Egipcia 1 y 2, el del Palacio de Cristal (¿por qué seguirán llamándolo así, con la de tiempo que lleva sin cristales?), etcétera. El único que emergía por encima de las vallas era el del paseo de Venezuela en su confluencia con el de Coches (oficialmente, Duque de Fernán Núñez), y el único que parecía habérsela cargado para siempre, ya que sólo hay ruinas en su antiguo emplazamiento, era el que daba de beber al sediento en la antigua y aún deleitosa Casa de Fieras, aunque sus antiguos barrotes encierran hoy a empleados municipales. Clavaban lo suyo los del quiosco, pero de vez en cuando no había más remedio que hacer una locura y sentarse allí, sobre todo por la alcurnia de su ubicación. El del Angel Caído y demás seguían la pauta del vallado homogéneo.

De modo que no tuve más remedio que acordarme una vez más de nuestro querido alcalde, aunque muy poco (si no me sacaran de quicio los oprobios, abusos e injusticias, yo sería un santo, ya lo dijo bien claro el recordado P. Inchaurrandieta), porque, vamos a ver, si mayo representa el estallido total de la primavera, el tiempo de bonanza, la

eclosión de las terrazas, el apogeo de las frondas, las horas interminables de luz diurna, la sed que no cesa, el disfrute máximo de los espacios abiertos, ¿a qué viene el obsequiar ahora a los madrileños, precisamente en nuestro parque más emblemático, con esta panorama desolador de quioscos desquioscados?Pero ya digo, tan turbador recuerdo me duró poco. Nos enseñaron en el campamento de Monte la Reina aquello de "no dejes que te venza la inquietud", y eso es lo que hice. Me dejé arrastrar por la vida exterior, admiré de nuevo al tancredo áureo transfigurado en dandy y al tancredo cobrizo que posa para la posteridad como explorador petrificado, escuché al chaval con look de futbolista brasileño que canta de maravilla acompañándose con la guitarra y me volvía para casa contento como unas pascuas, feliz como un conejo. Ningún mal pensamiento volvió a amargarme la fiesta. ¡Ya era hora!

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