Ser instrumento
El nombre, la figura y la obra de Narciso Yepes representan un importante capítulo en la historia universal de la guitarra y, por lo mismo, en la de la música de nuestro tiempo. Como todos los tramos artísticos verdaderamente significantes, el recorrido por Yepes posee, entre otras, las luces de la perfección y de la innovación. Y esto hizo Narciso Yepes quizá desde que le pusieron una guitarra de juguete en las manos hasta desgranar, venciendo sufrimientos, los últimos punteos y los más amplios rasgueos de su guitarra trascendente.El primer empeño de Yepes apuntó hacia dos objetivos: ser un hombre y un artista universal y convertirse en un músico sólido y razonador. Ya decía él mismo en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes: "El instrumento puede ser plural, pero la música es una". Para refinar al máximo tal unicidad, Narciso trabajó aquí con una serie de maestros, cada uno dotado de específicas cualificaciones. Como guitarrista pasó por las aulas madrileñas de Regino Sainz de la Maza, tuvo los oídos bien abiertos para cuanto hacían Emilio Pujol o Andrés Segovia, mas en definitiva pienso que el verdadero maestro de Yepes fue Narciso Yepes. No en vano, su aludido discurso académico versó sobre un tema resumido en dos palabras: Ser instrumento. A esa esencialidad se entregó a lo largo de su triunfal, densa y acortada carrera.
Pero al ser instrumento y quien lo tafle, una sola cosa puesta al servicio de la música, Yepes buscó, allí donde fuera, las voces magistrales que pudieran afirmar sus ideas, matizarlas o descubrirle nuevos horizontes. En España, Manuel Palau, Lamotte de Grignón, Vicente Asensio; más allá de los Pirineos, Nadia Boulanger, Georges Enesco y Walter Gieseking. Y en su hogar la lectura ininterrumpida de los más fundamentales legados humanísticos de antaño, de ayer o de hoy.
Dos fechas clave
El estallido Yepes tiene dos fechas: para los españoles, 1947, al interpretar por vez primera el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo; en el extranjero, 1952, al presentarse en la sala Gaveau, de París, cuatro años antes de hacerlo en América. La capital francesa fue para Yepes, como para tantos otros músicos españoles como algo propio y entrañable, una suerte de "otra patria", ya que calificarla de segunda o de primera me parecería injusto. Allí hizo tantos amigos que lo serían de por vida y allí conoció a la que sería su mujer, Marysia, estudiosa de la filología del lenguaje hablado mientras Yepes analizaba el idioma sin semántica que es la música. De París salió el filme Juegos prohibidos, de René Clément, que no llevaba otra música que la de la guitarra de Yepes variando un viejo tema castellano; en París arrancó Yepes nuevas composiciones guitarrísticas a Mauricio Ohana, Jean Françaix, Salvador Bacarisse o Antonio Ruiz-Pipó, españoles expatriados, mientras en España intensificó el interés por la guitarra de Ernesto Halffter, Federico Mompou o Xavier Montsalvatge, además de estimular el que ya sentían Rodrigo o Moreno Torroba. No hay que olvidar, a Leonardo Balada, barcelonés que vive en los Esta dos Unidos, Cristóbal Halffter, Mario Medina o Tomás Marco. De tal manera, la guitarra de Yepes fue capaz de asumir todas las corrientes y tendencias pretéritas y contemporáneas. Se explica bien, pues ya dejó escrito Manuel de Falla que "la guitarra nos atrae con un poder de imán fascinador".
Esos pentagramas y otros que quedarán en ensueño, ceden ahora su lugar a una larga y triste "música callada". Resuena en la memoria de todos hasta hacerse también "soledad sonora" que se torna afectivo acompañamiento. Narciso Yepes rectificó la forma misma de la guitarra al sumarle cuatro cuerdas para ampliar sus posibilidades y escribió capítulos en los que el mérito y la probidad profesional se aliaban con la calidad humana y la hondura de sus creencias religiosas. Por eso, acaso se encuentre en estos momentos ante lo que intuía que debía ser el arte: "La sonrisa de Dios".
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