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Europa espera el cambio como agua de mayo

Xavier Vidal-Folch

Europa espera a Tony Blair como agua de mayo. No porque confíe en que el líder laborista se convierta de la noche a la mañana en campeón del europeísmo. Sabe que exigir eso a cualquier británico es pedir peras al olmo. La presunta victoria laborista es sobre todo, para la Unión Europea (UE), la derrota del conservadurismo que zancadillea cualquier avance en la construcción europea."No irritemos a los ingleses". La Comisión ha seguido esa consigna casi sin desmayo durante la campaña electoral. Incluso antes, cuando el presidente Jacques Santer templó gaitas en la crisis de las vacas locas, Bruselas sorteó el designio euroescéptico de convertir la campaña en un referéndum pro soberanía nacional. No ofreció flanco que convirtiese a la UE en chivo expiatorio de malhumores. Lo consiguió, y ése es el mejor servicio -la asepsia- que podía aportar al cambio pronosticado.

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Así, Blair ha podido realizar una campaña ambigua en términos comunitarios. Se ha comprometido a avanzar estrictamente en lo social. Integrará el Protocolo Social en el Tratado y asumirá el límite de 48 horas semanales para la semana laboral que dictó el Tribunal de Luxemburgo. Pero ha endosado la celebración de un referéndum sobre el ingreso en la moneda única y ha sugerido que eso sería para la próxima legislatura.

Aparte de estos compromisos concretos, de doble signo, el laborismo ha dejado en la nebulosa su posición sobre el aumento de las decisiones que adoptará la Unión Europea por mayoría en vez de por unanimidad, uno de los grandes retos de la reforma de Maastricht. Y ha respondido sólo con retórica patriótica a la invitación conservadora de bloquear la reforma si ésta no elimina el quota-hopping, por el que armadores españoles que invierten en Londres se hacen con las cuotas pesqueras británicas, esa virtud del libre cambio y del mercado interior europeo.

En Bruselas todos apuestan por el fin del euroescepticismo thatcherista, versión John Major. Pero casi todos son minimalistas. Sólo esperan del nuevo laborismo los avances ya comprometidos en el capítulo social de la Unión. Poco más.

Otros, minoritarios, son maximalistas. Creen que con Tony Blair llega una nueva generación de diputados europeístas, nada que ver con los aislacionistas del viejo sindicalismo. Reparan en que Blair habla buen francés y se ve ajeno a toda xenofobia anticontinental. Desmenuzan las declaraciones de Robin Cook (futuro inquilino del Foreign Office) patrocinando la legitimación de las ONG para acudir al Tribunal de Luxemburgo, como un síntoma de reconocimiento de dicha institución, la más supranacionalizadora. Ven en su diseño de reforma constitucional la pauta de un encaje entre dos tradiciones institucionales y jurídicas hasta ahora opuestas. Constatan que el canciller del Exchequer en la sombra, Gordon Brown, y las Trade Unions apuestan por el euro. Y sueñan con que, con Francia desconcertada, el Reino Unido se convierta en el socio y contrapeso de Alemania. Blair sería así el copiloto de Helmut Kohl. No su muñeco.

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