El día más alegre
Catorce de abril. Otro 14 de abril. Ha pasado entre algunos ecos difusos. ¿Está bien que sea así? ¿No debemos reavivar heridas? ¿La reconciliación nacional está por encima de todo? Yo creo que no. Hay fechas que no merece la pena recordar demasiado, aunque no haya por eso que olvidarlas. Por ejemplo, el 18 de julio; por ejemplo, el 1 de abril. Pero otras sí deben ser recordadas, rescatadas continuamente del lodo del olvido. Una de esas fechas es el 14 de abril.Lo de menos, aun siendo mucho, es que ese día se proclamara la II República. Lo que de verdad importa es cómo se proclamó: por el impulso y la voz del pueblo soberano, que escribió en el aire, en todos los aires, el lema imprescriptible de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que es ya para siempre la cifra de la verdadera democracia. Siglos de feudalismo y caciquismo cayeron ese día derrumbados por el viento sabio del pueblo, que habló allí donde pudo hacerlo: en las ciudades, que el 12 de abril ya presentían la bandera tricolor.
Ni un incidente, ni un mal gesto, ni una vulgaridad. El diplomático conservador Carlos Morla, que fue amigo de Federico García Lorca y era por entonces encargado de negocios de Chile, lo dejó escrito en las páginas de su diario: "Será para mí inolvidable lo que fue el día siguiente [14 de abril]. El aspecto de la ciudad, cantando La Marsellesa. Madrid, libre de restricciones, entregado a su propia voluntad, sin policías, sin guardias, sin agentes de autoridad de ninguna especie... Y un delirio sano, exento de atropellos: una fiesta de primavera con cantares y jotas bailadas en la calle. Revolución ejemplar". Antes, en la anotación del día 13, Morla había subrayado la hermosa significación de aquella frágil pero firme cadena de adolescentes de 16 a 20 años que, luciendo en el brazo la bandera tricolor republicana, velaban ante el palacio de Oriente por la seguridad de la familia del rey, que todavía permanecía en Madrid.
Así fue: el día más alegre de la historia de España, sin guardias, sin policías, en Madrid, como en otras ciudades, el pueblo soberano afirmó su condición de señor de la calle, de las calles, de las plazas, que siempre son suyas, y no de ningún ministro del Interior, cuya única legitimidad para controlarlas deriva exclusivamente de la voluntad popular. Por calles y plazas, el pueblo dijo entonces que era el dueño de la historia, de su historia, y por eso, porque lo dijo así de rotundo, duraría tres años la guerra civil.
No, no es el 14 de abril, una fecha para el olvido. Porque nunca, nunca -y soy consciente del alcance de mi aseveración- el pueblo soberano se ha manifestado con tanta transparencia como ese día, sin intermediaciones, sin shows círcenses o televisuales que remedan torpemente las fiestas electorales de Estados Unidos. Por eso hay que recordar este día de abril que desmintió a Eliot cuando proclamó que abril era el más cruel de los meses. Es muy delicado ahora enarbolar el 14 de abril como bandera política. Todo tiene su tiempo, su oportunidad, su momento. Pero lo que sigue y seguirá vivo de aquel día será su rango cenital de fecha clave de afirmación del pueblo ("pueblo somos todos", escribió Hegel).
Vicente Aleixandre, que con Luis Cernuda participaría en la gran manifestación que desembocó en la Puerta del Sol, evocaba años después el día memorable en el que "las gentes corrían, con banderas alegres, por improvisadas". Sí, banderas alegres del día de la alegría. Y sigue diciendo Aleixandre:
"Enormes letreros frescos, cándidos, con toda la seducción de lo vivo espontáneo, ondeaban en el aire de Madrid. Mujeres, jóvenes, hombres maduros, muchachos, niños, en los coches abiertos iban las risas. Cruzaban camiones llevando racimos de gentes, mejor habría que decir de alegría, gritos, exclamaciones. Pocas veces he visto a la ciudad tan hermanada, tan unificada: la ciudad era una voz, una circulación y, afluyendo toda la sangre, un corazón mismo palpitador".
Todos los testimonios son coincidentes. Por eso el 14 de abril sigue siendo una fecha memorable. Fue el gran día de la alegría de España. ¿Cómo no recordarlo más allá de las banderas bicolores, los consensos y los palacios?
Babelia
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