Joselito, por la puerta del Príncipe
Joselito salió a hombros por la puerta del Príncipe: quedan ustedes informados.Rivera Ordóñez estuvo a punto de salir también a hombros por la puerta del Príncipe, pero esto es sólo una impresión barruntativa.
Dice la impresión barruntativa que si Rivera Ordóñez llega a hacer lo que no hizo -matar sus toros a la primera- sale por la puerta del Príncipe abriendo el cortejo, en loor de multitud y la afición detrás, pegando saltos mortales.
La afición veía lancear de capa y pasar de muleta a Rivera Ordóñez, y no se lo podía creer. No por nada, no porque el autor les sea malquisto, sino porque esa forma de torear, de dominar y de arrimarse, ya no se llevan. La forma de torear, de dominar y de arrimarse Rivera Ordóñez pertenecen a otra época. Valga la de Lagartijo y Frascuelo, dicho sea a manera de orientación.
Gónzález / Joselito, Aparicio, Rivera
Toros de González-Sanchez Dalp, discretos de presencia, mansos dificultosos, excepto 1º, encastado y noble. 4º, con trapío, devuelto por inválido; sobrero, sin trapío, flojo y aborregado.Joselito: estocada delantera perdiendo la muleta (dos orejas); estocada (oreja); a hombros por la puerta del Príncipe. Julio Aparicio: a paso banderillas, pinchazo, media y rueda de peones (bronca); a paso banderillas, tres pinchazos, metisaca, pinchazo, estocada corta -aviso- y rueda de peones (bronca). Rivera Ordóñez: estocada caída (oreja); estocada corta tendida baja, pinchazo saliendo rebotado y descabello (oreja). Plaza de la Maestranza, 14 de abril. 9ª corrida de feria. Lleno.
Joselito le instrumentó al primer toro unos ayudados excelsos que también emergían de la noche de los tiempos. ¿Diríamos Domingo Ortega -el maestro de Borox- en la posguerra? Quizá. De ahí y aún antes.
Los ayudados de Joselito, arqueando la pierna contraria no por estudiada composición sino por cargar a fondo la suerte, los dio a dos manos, y ésa ya era la quintaesencia del arte de torear. A dos manos y luego a una -la izquierda-, con la que remató la tanda echándose todo el toro por delante en el pase de pecho.
La faena que siguió fue musicada, oleada y aclamada, según solían expresar los viejos revisteros. Se musicó, se oleó y se aclamó todo: desde -los naturales sin reunión a los circulares con ella. La culminación se produjo cuando Joselito trazó el molinete que llaman pase de las flores para empalmarlo con el circular, el toro no obedeció, repitió tras parsimonioso preparativo, ahora sí obedeció el toro y lo metió en un circular de vuelta y media que pareció no iba a tener fin. Y estalló de entusiasmo la Maestranza.
Otros circulares se aclamaron igualmente. Los naturales, menos. Seguramente no era cuestión de embestida. Arrojó Joselito la espada, toreó al natural con la derecha, y lo que resultó tampoco era como para tirar cohetes. Cobró un espadazo delantero perdiendo la muleta y le concedieron las dos orejas.Al sobrero cuarto, un aborregado animal de escaso trapío, lo mató mejor Joselito después de una faena premiosa, larguísima, escasamente reunida. Y obtuvo otra oreja que, siendo la tercera, alcanzaba la suma mínima exigida para franquear en triunfo la puerta del Príncipe.Rivera Ordóñez también quería abrir la puerta del Príncipe y los toros no le dejaban. El primero de su lote, manso declarado, huía al galope, pero no sabía con quién se estaba jugando los cuartos. Rivera Ordóñez, decidido y sereno, avanzaba inexorable hacia el platillo sometiendo cada descompuesto arreón con su muleta poderosa, ganando terreno al toro. Y acabó embarcándolo por redondos, luego por naturales, templados, ligados y ceñidos. Si hubo derrotes, los libró sin inmutarse; si peligro, lo despreció.
Al sexto lo esperó a porta gayola y tras la emocionante larga cambiada le cuajó una serie de verónicas en un palmito de albero que volvieron a convertir la plaza en un manicomio: música, ovaciones, pañuelos al viento, gritos del ¡torero! Las repitió en el quite, y en éstas que entró Joselito al suyo y -¡un momento, que la están peinando!- cuajó unas gaoneras perfectas.
El toro bronco, valiente Rivera Ordóñez hasta la temeridad, dominador otra vez, construyó una faena de menos a más, escalofriante en el menudeo de las tarascadas, poderosa cuando consiguió encelar a la mala bestia y ligarla pases como quien lava. Llega a matar bien Rivera Ordóñez y no sólo lo sacan por la puerta del Príncipe sino que lo llevan a la catedral bajo palio. Pero mató mal. La vida es así.
La vida admite todos los colores. La vida admite incluso a Julio Aparicio, demudado, vacilante, incapaz de acercarse a sus toros si no era para quitarles las moscas, ni de matarlos, salvo en la modalidad paso-banderillas, que es suerte tabernaria de refriega y navajeo.
La puerta del Príncipe estaba allí para todos; mas sólo uno la abrió, naturalmente entre aplausos, vítores y felicitaciones efusivas. Lo que se comunica para general conocimiento.
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