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Blair, el comunitario

Andrés Ortega

Que un programa electoral de un partido con solera e integrado en la Internacional Socialista como el Laborista afirme sin ambages que muchos de los conflictos entre izquierda y derecha, público y privado, patronos y trabajadores o clase media y clase trabajadora "no son relevantes en el mundo moderno", indica que muchas cosas han cambiado en el Reino Unido. Máxime cuando el manifiesto (programa) con el que Tony Blair pretende ganar las elecciones el 1 de mayo declara: "Lo que cuenta es lo que funciona. Los objetivos son radicales. Los medios, modernos".Estas premisas van más allá de una simple táctica de campaña electoral, al hundir sus raíces en trabajos preparatorios muy serios a lo largo de los últimos años. Indudablemente, habrá quien diga que éste es el fin de la izquierda. Pero también, si Blair gana las elecciones, podríamos estar ante una nueva experiencia. En muchas cosas los británicos han ido por delante, desde la democracia a la revolución industrial, pasando por un thatcherismo que tanto ha inspirado a tantos. ¿Ocurrirá también con el Nuevo Laborismo?

Evidentemente, Blair es hijo de su tiempo y de su circunstancia británica. Sabe que la gente aprecia algunos de los resultados de la revolución thatcheriana y también que, no quiere un laborismo dominado por los sindicatos y por la obsesión colectivista. Pero nos encontramos también ante lo que puede ser una primera experiencia en comunitarismo.

Blair ha bebido en esa fuente de pensamiento político que han desarrollado autores como Charles Taylor, Alasdair MacIntyre y Amitaï Etzioni, entre otros. En una de sus versiones, el comunitarismo surge en EE UU como una reacción de la derecha más tradicional frente a los excesos del liberalismo a ultranza, pero llega a Europa y atrae en parte el interés de una cierta izquierda creativa que representa en parte, por ejemplo, Jacques Delors. Aunque tiene unas sólidas -y variopintas- bases teóricas, el comunitarismo defiende el resurgir de las comunidades básicas -incluida la familia- como elemento de socialización y solidaridad, frente a la teoría liberal del contrato social entre individuos. Intenta aunar la ética de lo colectivo con la dinámica del mercado. Argumenta que la cohesión social se mantiene gracias a la participación de los ciudadanos en comunidades más o menos reducidas, presentándose el comunitarismo así como un reto a las ortodoxias, tanto liberal como socialista, recuperando una cierta tradición de la izquierda británica que entronca en parte con el radicalismo en el continente. En el caso británico, este comunitarismo se ve impulsado por un intento de volver a soldar un tejido social en el que los excesos del thatcherismo han producido graves desgarros. Los críticos más acerbos denuncian, sin embargo, en estos movimientos la defensa de valores tradicionales.

Blair, con cautela, no deja traslucir excesivamente este comunitarismo en su discurso económico -aunque algo aparece en su enfoque de la asociación (partnership, que, significativamente, no tiene traducción al castellano, salvo la horrible de partenariado) entre la empresa y el sector público-, pero sí surge claramente en sus propuestas sociales y políticas de recuperación de la democracia municipal -que en buena parte Thatcher se cargó- y regional, y de mayor control democrático de esas comisiones independientes que regulan sectores cada vez más amplios de la actividad económica y otras, y que hemos empezado a copiar.

A Tony Blair se le acusa de camaleonizarse y convertirse en Tory Blair. Desde luego, quiere enterrar mucha historia laborista. Y no lo esconde. El manifiesto claramente lo indica cuando afirma: "Aspiramos a dejar atrás las amargas luchas políticas de izquierda y derecha que han desgarrado a nuestro país atrás durante demasiadas décadas". Es posible que esta izquierda que no se considera izquierda, si los electores británicos le dan la posibilidad, abra nuevos caminos. Aunque sólo sea para reinventar, a través del Nuevo Laborismo, el viejo Partido Liberal. Nada neo-liberal.

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