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Ante un conflicto lejano

Antonio Elorza

Uno de los pilares simbólicos de la política exterior franquista era "la tradicional amistad con los países árabes". Como legado de esa actitud, la normalización de las relaciones diplomáticas con el Estado de Israel fue muy tardía, ya avanzado el periodo de Gobierno socialista y con una elección poco afortunada del momento, al coincidir con el, atentado mortal que llevaron a cabo los servicios secretos israelíes contra la dirección de la OLP en Túnez. Fue un signo de lo que había de venir en cuanto a líneas generales de la posición española ante el conflicto de Oriente Medio: simpatía mesurada hacía la causa palestina, cordialidad, hacia Israel, definiendo. una buena. imagen, en ambos que se tradujo en la, elección de Madrid como punto de arranque de las negociaciones de paz. Pero también, ausencia de iniciativas, distanciamiento excesivo ante los avatares que fue siguiendo la cuestión, dé acuerdo con un comportamiento asimismo frío de la opinión pública española, salvo contadas excepciones.Como ocurriera ante el genocidio serbio en Bosnia, cuanto sucede en Israel, Gaza y Cisjordania ocupa el lugar de una crónica de sucesos sangrientos que acaba siendo clasificada entre lo natural e inevitable.

Así pudo darse por buena la política dé imagen diseñada desde su acceso al poder por Benjamín Netanyahu, confiando en que acabaría por entrar en razón a pesar de lo claras que había dejado las, cosas en su etapa final de oposición a Rabin y durante la campaña electoral. Y cuando, en el año transcurrido da una prueba tras otra de encaminar. a israelíes y palestinos hacia la catástrofe, tampoco hay respuesta. Nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, siguiendo a Clinton, reserva la firmeza para uso exclusivo de la confrontación con Castro. Como si desde el punto de vista de la justicia pudiera tolerarse sin más el aplastamiento cotidiano de los derechos palestinos adquiridos en Oslo. Con el pequeño añadido para adictos de la razón de Estado de que la actual situación de crisis permanente puede traducirse en el desencadenamiento de una nueva guerra en Oriente Medio, de pésimas consecuencias económicas para Europa.

Los datos son demasiado elocuentes. Incluso al explicar ante la Kneset el acuerdo sobre Hebrón Netanyahu se cuidó de encuadrarlo en una estrategia opuesta a la de sus predecesores laboristas, quienes según él llevaban a cabo una "retirada hacia las líneas de 1967, o casi", admitiendo la perspectiva de un Estado palestino, e incluso el debate sobre Jerusalén. Ahora se trataba de lo contrario, de evitar la soberanía palestina, de "insistir en el derecho de los judíos a establecerse en su tierra" (esto es, a consolidar y ampliar la colonización en Cisjordania), de garantizar "la unidad de Jerusalén" y de subordinar toda concesión a la seguridad judía. Los palestinos quedarían reducidos a unas cuantas localidades gueto, sometidos a permanente amenaza de expropiación y con el deber, respaldado solamente por Estados Unidos, de reprimirse a si mismos. El movimiento de la colonización de Har Homa, diseñando el cerco de la Jerusalén árabe y su aislamiento de Belén, no es si no la aplicación estricta de dicha estrategia. La avala un Clinton en funciones de cínico juez que protege al delincuente (vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU) y amonesta a la víctima, asumiendo la indecente suposición de Netanyahu, en el sentido de que Arafat es responsable de los actos terroristas que él mismo provoca con su política de destrucción de) pueblo palestino. Que puede ser la del propio Israel, no lo olvidemos.

Europa no llega a tanto, pero ni siquiera apunta a unas sanciones económicas por dinamitar los acuerdos de Oslo del tipo de las que hicieron doblegarse a Milosevic.Estados Unidos domina estúpidamente la escena en esta carrera hacia la muerte, en nombre de, la prioridad absoluta, de la seguridad de Israel, respaldada desde su lobby judío.

Parecería, pues, lógico que frente a ese escenario surgiera una reacción, por lo menos en la opinión- pública, contra la política de pueblo -señor-en-tierra-prometida aplicada hoy por quienes tanto sufrieron hace medio siglo, y en defensa del derecho del pueblo palestino a su soberania y a su presencia política en Jerusalén. Pero, como tantas, otras veces, es más probable que la reivindicación de la justicia se quede sólo en un grito de protesta.

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