El conflicto de Renault y la construcción europea
y MÁXIMO BLANCOLa decisión del Grupo Renault de cerrar su fábrica en Vilvoorde (Bélgica) ha sido respondida con fuerza tanto en el terreno sindical como en el político, más allá de los límites territoriales belgas.A la reacción inmediata del Comité de Empresa Europeo de la multinacional y de los sindicatos belgas, franceses y españoles se han sumado la de distintos ámbitos de la política belga y comunitaria, encabezados por el presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer, y el comisario de la competencia de la UE, Karel Van Miert.
No es la primera vez que Renault aborda un plan de reestructuración con fuertes recortes de empleo y cierres de factorías. En los últimos 10 años, ha reducido miles de empleos. Además los planes para la reducción de la producción en España a dos modelos (actualmente son cuatro) supondrán la pérdida de otros 3.000 puestos de trabajo. Tampoco es la primera vez que una multinacional de estas características decide el cierre de factorías en el ámbito de la UE.
Sin embargo, hasta ahora no se había producido una reacción de esta envergadura, que configura el primer conflicto laboral y social de ámbito europeo. La explicación es múltiple: desde el carácter mayoritariamente público de la multinacional francesa hasta el hecho de que, a diferencia de otras reestructuraciones, el cierre implicaría la desaparición de la actividad industrial en un país sin posibilidades de trasvase de plantillas a otros centros, incluyendo el que la constitución y funcionamiento del Comité de Empresa Europeo (CEU) ha permitido la obtención de información y respuesta rápida por parte de los trabajadores.
No hay que descartar la especial sensibilidad existente en los distintos países ante la forma de abordar el proceso de construcción europea y el miedo ante los riesgos que implicaría una unión monetaria que no viniese acompañada de medidas de cohesión política y social.
El hecho es que el conflicto de Renault aparece como una muestra de las posibilidades y limitaciones del proceso en curso para la construcción europea, y pone de manifiesto la necesidad de articulación de medidas políticas y sociales más intensas en el marco europeo para afrontar los procesos de, reestructuración industrial, si no se quiere que la actuación unilateral de las multinacionales implique una cadena continua de conflictos sociales y políticos.
La decisión de Renault, como las de otras multinacionales, se sitúa en un marco industrial de creciente implantación y consolidación del cambio tecnológico, que se produce en paralelo a un proceso de estancamiento o bajo crecimiento del consumo, lo que empuja a especializaciones y concentración de actividades en cada vez menos centros productivos.
Obviamente, la toma de decisiones unilateralmente por las multinacionales, y fuera de cualquier marco político, lleva a operaciones de cirugía traumática aplicadas en ámbitos territoriales nacionales, en un proceso plagado de contradicciones entre países y entre los trabajadores de los distintos países que pueden trasladarse a las instituciones comunitarias.
¿Dónde se localizan las actividades y qué centros se cierran? ¿Qué tratamiento social se da a los excedentes de empleo? ¿Cuál es la política de ayudas públicas en los ámbitos nacional y comunitario en cualquiera de los casos? ¿Cómo se hace menos daño socialmente en procesos de reestructuración como este? ¿Influyen sólo los costes o también el factor político en la toma de decisiones?
Jntentar resolver todas estas incógnitas con un bagaje insuficiente de reglas políticas comunitarias puede convertir estos procesos en una jungla de unos en contra o en favor de otros por razones exclusivamente coyunturales, en la que prime exclusivamente la ley del más fuerte y en la que el conflicto que hoy intentan encabezar Santer y Jan Miert, mañana lo encabecen Manuel Marín y Marcelino Oreja pasado mañana Enma Bonino, pendiendo de quién o quiénes an los más afectados. Lo sucedido en Renault nos permite ver las orejas al lobo y nos da pistas para el futuro. Los procesos de reestructuración industrial tienen un componente laboral / social y otro industrial que deben ser tratados a través de diálogo social y en un marco político común, que exigen además el reforzamiento del papel negociador del sindicalismo europeo y sus federaciones sectoriales.
En la Europa actual, con los cómités de empresa europeos en funcionamiento, la información fluye casi instantáneamente, y si una decisión de recorte de empleo de una multinacional recae mayoritariamente en un país, el agravio comparativo como elemento de presión política cuaja en minutos. De la misma forma, si una multinacional admite en un país la reducción de jornada como elemento compensatorio a la reducción de empleo y en otro distinto decide despedir sin más, en este último caso se generará un malestar imparable.
Más complejo, pero no menos importante, es el entramado de ayudas públicas existentes en cada país. La inexistencia de reglas comunes suficientes, el que en unos casos se hable de ayudas directas a la inversión o la investigación y desarrollo, en tanto en otros se hable de precios de la energía o ayudas laborales, implica una tensión constante entre países, en su relación con las multinacionales, que se convierte en un arma arrojadiza entre los distintos países y trabajadores cuando surgen conflictos sociales y políticos como el actual.
Lo que el caso Renault pone de manifiesto es la necesidad de profundizar en reglas políticas y de cohesión social para la construcción europea, que en el movimiento sindical venimos reivindicando desde hace tiempo:
-Que los procesos de reestructuración de las multinacionales sean consultados y negociados con los comités europeos y las federaciones de la Confederación Europea de Sindicatos.
- Que se establezcan reglas comunes para la concesión de ayudas públicas -nacionales y comunitarias- en estos procesos de reestructuración.
-Que se homogeneicen los procedimientos de información, consulta y tratamiento del empleo en estas reestructuraciones.
En suma, que se elaboren políticas comunes que permitan abordar de forma negociada estos procesos, evitando, o al menos reduciendo, los riesgos de rebatiña nacionalista que pueden producirse en caso contrario.
Así lo hemos entendido los sindicatos españoles al afrontar el conflicto de Renault no sólo como una cuestión solidaria, sino también en interés propio, para intentar que en el futuro se aborde una forma distinta de hacer las cosas, sin la cual hoy el coste para los trabajadores puede aparecer en Bélgica, pero mañana. lo hará en España, Francia o donde las multinacionales decidan, sin un contrapeso eficaz ni por parte de los sindicatos, ni de los Gobiernos nacionales, ni de las instituciones comunitarias.
La conclusión es que para evitarlo es necesario profundizar en los elementos políticos, de cohesion social y de participación sindical de la construcción europea. Es la principal enseñanza del conflicto de Renault, y debe ser, por tanto, uno de los objetivos de la movilización en curso, cuya importancia es obvia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.