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París-Bruselas, viaje de ida y vuelta

Una muestra ilustra las relaciones artísticas entre las dos ciudades

Entre París y Bruselas la relación no siempre ha pasado por palabras hoy malditas -Renault, Vilvoorde, Dassault, Dutroux...-, sino que hubo un tiempo en el que las dos ciudades compartían conceptos -art nouveau, simbolismo, francofonía- e intercambiaban personajes: Victor Hugo, Baudelaire, Rodin, Maeterlink, Gide, Rops, Victor Horta, Hector Guimard. A esa época -entre 1831 y 1914- se refiere la exposición abierta hasta el 14 de julio en el Grand Palais de la capital francesa y que se titula Paris-Bruxelles, Bruxelles-Paris.

Alrededor del poeta Émile Verharen, a cuya obra como crítico de arte dedica el Museo d'Orsay otra exposición, se organizaron los flujos intelectuales, los debates entre un París que huía de la censura impuesta por el imperio de Napoleón III y una Bruselas que acogía con agrado a cuanto extranjero pudiera ayudarle a salir de su letargo de ciudad provinciana.La exposición, con más de 400 obras, se abre con una pintura de 1832, de corte histórico, de Anton van Ysendyck, sobre la recepción dada en Compiègne por Louis-Philippe a Léopold I, el primer rey de la recuperada soberanía belga. Luego, la primera parte del recorrido se hace bajo la bandera del historicismo, es decir, del gusto romántico por buscar en un mitificado pasado las justificaciones necesarias del presente. El medievalismo arquitectónico, por ejemplo, va a jugar un papel determinante en la afirmación de la conciencia nacional. Realismo y modernidad abrazan tanto a los pintores de la escuela de Barbizon como a los de la de Tervueren, es decir, a Millet, pero también a James Ensor, a Manet y a Van Rysselberghe, a Courbet al mismo tiempo que a Félicien Rops.

Simbolismo

Pero es el apartado etiquetado Simbolismo el que mejor potencia el juego de espejos entre las dos ciudades. La desconfianza en la ciencia y en el progreso, en las utopías políticas de falansterios redentores, permiten a Maeterlink escribir el Pelléas et Mélisande que luego Debussy convertirá en ópera, a Léon Spillaert captar el misterio de los paisajes y a Xavier Mellery "el alma de las cosas". El arte social y el art nouveau cierran el recorrido sobre los frutos de la vecindad franco-belga. El color y la línea son más amables y dulces cuando han sido trazados por franceses, más espirituales y desesperados cuando es la Valonia su patria. Van de Velde, Philippe Wolfers o Victor Horta quieren hacer la vida diaria menos sórdida, insuflarle arte a la cubertería, a los muebles más sencillos o a lo que hoy llamamos "mobiliario urbano". Y Hector Guimard aprenderá de todos ellos y de ahí sus estaciones para el metro de París.

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