De mal en peor
EL PROCESO de paz entre israelíes y palestinos se va extinguiendo día a día, a medida que se agravan las tensiones entre ambos bandos. El cruel atentado del viernes en un café de Tel Aviv ha venido a cortar todo tipo de diálogo, que es, en general, lo que a menudo buscan los terroristas. Si este acto ha tenido unas víctimas israelíes y unos autores concretos -ha sido reivindicado por un grupo cercano a Hamás-, el clima de deterioro general lo ha venido marcando el Gobierno de Benjamín Netanyahu, quien ahora acusa a Arafat de fomentar este tipo de atentados. La fuerza con que Israel ha decidido reprimir esta nueva rebelión popular palestina, alentada precisamente por su política de nuevos asentamientos, es, a todas luces, excesiva. Los heridos de bala de Hebrón no contribuirán sino a reavivar el fuego de la discordia,Netanyahu sigue día a día desafiando a los palestinos. Primero frena intermitentemente el proceso de paz y lo hace avanzar a tirones, si por avanzar se puede entender a veces dar un paso hacia adelante y dos hacia atrás. Tras pactar la salida de Hebrón, que no la retirada militar de Cisjordania, Netanyahu anuncia unos nuevos asentamientos judíos en Jerusalén este y de inmediato las desafiantes excavadoras inician su trabajo. Para acabar, ofrece a los palestinos cerrar en seis meses, en lugar de los dos años previstos, la negociación sobre el estatuto definitivo de Palestina. En los términos que dicte Tel Aviv, claro está. Y mientras tanto se dedica a demostrar las limitaciones de la Autoridad Nacional Palestina, sellando las fronteras de esos territorios tras el atentado del viernes.
La explicación de las dificultades permanentes que tiene el proceso de paz en Oriente Próximo está en la debilidad política de sus principales protagonistas. Netanyahu está cada vez más pendiente de algunos escándalos que se ciernen sobre su persona y afectan a sus propias convicciones políticas, con las que ganó las elecciones directas a primer ministro, pero también es prisionero de los partidos más radicales, de los que depende su Gobierno para sobrevivivir. En este escenario de fichas de dominó, las debilidades de Netanyahu actúan a su vez como fuerza debilitadora sobre la posición de Arafat y su prestigio entre los palestinos. Al vaciar de contenido el proceso de paz y al adoptar medidas que constituyen una afrenta directa contra los palestinos, el primer ministro israelí está socavando, aunque sea involuntariamente, la credibilidad del presidente de la Autoridad Nacional Palestina. El estallido de una especie de segunda Intifada -de alcance todavía incierto- refleja una cierta pérdida de control por parte de Arafat. En tal situación, una salida razonable -que se está considerando- sería la constitución de un Gobierno de Gran Alianza en Israel, integrado por el Likud y los laboristas. Tal Ejecutivo dispondría de capacidad de maniobra y de una amplia legitimidad para encauzar de nuevo el proceso de paz antes de que sea demasiado tarde.
En esta reconducción de la paz, Estados Unidos tiene uno de los papeles principales. Washington tiene que empujar a Tel Aviv hacia una disposición sinceramente negociadora y convencer al tiempo a los palestinos de que deben estar preparados para dar muestras de una nueva flexibilidad. La Unión Europea también puede aportar su capacidad de mediación entre las partes, aunque sea más limitada que la de Washington. La UE, y en particular su enviado especial, el embajador español Miguel Ángel Moratinos, sí tiene posibilidad de influir sobre todo en Arafat. La tarea principal del líder palestino, si se acepta este descomunal esfuerzo por la paz, es demostrar que controla a los palestinos para evitar nuevas Intifadas o nuevos atentados como el del viernes. En esta voluntad, también el rey Hussein de Jordania tiene un papel que cumplir. Su visita a las familias de las jóvenes israelíes asesinadas por un soldado jordano es un gesto digno de elogio y un símbolo del anhelo de paz que debe vencer al permanente desafío de las armas.
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