Los colores suaves de Mónica Groop

La mezzosoprano Mónica Groop sigue una buena carrera operística (Carlota en Werther, Olga en Eugenio Onieguin, Dorabella en Così fan tutte, Melisenda en la producción de Peter Sellers, Zerlina, Cherubino, que cantó en Madrid) pero encuentro en esta voz bien timbrada y de transparente densidad un vehículo encantador para el arte intimista del lied. La sensibilidad y la expresión de la Groop tienden a los colores suaves; el atractivo de su fraseo y sus acentos y un no sé qué entre distanciado y entrafiable le llevan a hacer una música afectiva dentro de una línea de gran pureza. Colaboró con ella el pianista holandés Rudolf Jansen, siempre plegado a la versión de la cantante y dueño de limpia técnica y sobrias maneras.Junto a una de las cimas liederísticas, Franz Schubert, y el Brahms más posrromántico, que es el de la lírica vocal, tuvimos ocasión de escuchar paginas de los nórdicos Grieg y Sibelius. Del finlandés (1865-1957) puede decirse con propiedad que es "el último romántico". Acepta el legado alemán del XIX que sabe asimilar con autenticidad para unirlo a la palabra de los poetas de su tierra, para cantar al árbol y a la nieve diamantina, al amor y los sueños "breves como la anémona".

De Grieg interpretó Mónica Groop el ciclo Haugtussa (La muchacha de la montaña), escrito en 1895 sobre poemas de Ame Garborg. Dice Yvonne Rokseth que al menos las canciones Amor, Danza de los cabritos y Un mal día merecerían figurar en el repertorio de, todos los cantantes.

Frente a Sibelius, Grieg es original en la invención melódica y armónica enraizada en las tradiciones vocales e instrumentales de su país. Además, los pentagramas de Grieg tienen un "veneno" del que carecen los de Sibelius. Como decía Debussy de Granados, su música se parece a ciertos perfumes, más persistentes que penetrantes.