Suicidio albanés
EL ESCRITOR albanés Ismail Kadaré tenía razón al alertar contra el suicidio de su país (véase EL PAÍS del jueves). Pero la ayuda exterior que pedía para evitarlo resulta sumamente difícil de aportar en el momento crítico actual: una situación caótica en la que el Gobierno parece haber perdido todo control. Llegados a este punto, en que no se sabe si estamos ante una guerra civil o ante una explosión en cadena, una intervención interna cional es prácticamente imposible, pues no se sabría muy bien contra qué. El ofrecimiento de enviar "una pequeña fuerza policial o militar" hecho ayer tras la reunión de ministros de Exteriores de la UE, siempre y cuando se obtenga el apoyo de la ONU, no deja de ser un gesto de difícil operatividad.El ofrecimiento del presidente Sali Berisha de aceptar un Gobierno de reconciliación nacional con un primer ministro, socialista a la cabeza ha llegado tarde. Tan tarde que incluso el ministro de Defensa se ha apresurado a huir del país. ¿Hay peor signo de desbandada del poder? Sólo la retirada de Berisha satisfaría a todos, incluida la comunidad internacional, pero tampoco está asegurado que la victoria de los sublevados lleve el orden a un país en el que reinan las mafias y los clanes, y donde está armado todo el que ha querido.
La OSCE intenta una labor de mediación entre el Gobierno y los sublevados. Italia, directamente interesada en los acontecimientos, también está desplegando una notable actividad diplomática. Y es que, de momento, la comunidad internacional sólo puede contemplar una salida política. Una intervención militar exterior, :incluso si los países participantes estuvieran dispuestos a hacer el sacrificio, carece en esta situación de los requisitos mínimos para que no se convirtiera en un desastre: no existen interlocutores -hay un Gobierno de dudosa viabilidad y una comisión que asegura hablar en nombre de las ciudades rebeldes de cuestionable representativad- ni objetivos claros.
Las dificultades encontradas para la evacuación de los extranjeros residentes en el país son sólo un anticipo de lo que sería una intervención militar desde el exterior. Además, la OTAN, la UE, la UEO o la OSCE carecen de lo que sería más necesario: capacidad de intervención policial -antes que militar- para devolver la serenidad a las calles, carreteras y montes. Tal fuerza se ha echado de menos en Bosnia, y probablemente mañana aún más en Tirana y otras ciudades de Albania, donde, pese a los muertos que se van sumando, parece haber más tiros al aire que tiros al frente, contra un Ejército que parece -afortunadamente- hacer huelga de brazos caídos. En tal situación, recomponer el orden parece tarea excesiva para cualquiera que lo intente, y pasa por un desarme generalizado de la población.
Ahora bien, lo que la comunidad internacional, y en especial la Unión Europea, sí puede hacer es contribuir a generar las condiciones para que este conflicto no afecte a Estados vecinos, ya sea Macedonia o Kosovo. Los despliegues preventivos de fuerzas de paz en la zona podrían tener un papel importante. La UE, por lo de más, podría también empezar a elaborar un plan de. ayuda económica de urgencia que ofreciera a los alba neses una mínima, dosis de esperanza hacia un futuro que ahora se aparece dramático. Pues si en el origen de las revueltas está la quiebra de unos fraudulentos planes de ahorro piramidales, la verdadera tragedia de Albania es que en los últimos años ha vivido de la guerra en la ,antigua Yugoslavia: del contrabando de armas y bienes. El cese de aquella guerra es lo que ha sumido a Albania en la miseria y la desesperación. Lo urgente es que la situación se tranquilice para poder contemplar, en un horizonte realista, unas elecciones de las que suda una nueva legalidad.
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