Guarida de Santos
Un estribo de la Maliciosa, agreste y solitario, fue refugio y tumba del más infame bandido de la Pedriza
Bautista Montalvo, vecino de Mataelpino, tenía más de cien años cuando refirió esta historia de juventud al montañero y abogado criminalista Constancio Bernaldo de Quirós, quien a su vez la escribió en el libro La Pedriza del Real de Manzanares, publicado en 1918. Fue una mañana de otoño -de hace casi dos siglos, "velada con el añublo de los arroyos entre robledos"- cuando Bautista, entonces un pimpollo, salió en compañía de su padre en busca de unas yeguas y, al adentrarse por la vereda hacia Navacerrada, toparon con la gente de Pablo Santos, hórrido bandolero cuyas rapiñas en la Pedriza corrían parejas con las de Luis Candelas en Sierra Morena. Días atrás, a papá Montalvo habíanle tomado en préstamo la escopeta; hoy iba a ser su capote, recién comprado a un pañero de Riaza, el que sufriera idéntica transacción.A la tarde, con yeguas pero sin capote, regresaban los Montalvo por el mismo camino -se conoce que no había otro- y, como es lógico, volvieron a encontrar a los malhechores, sólo que esta vez, en lugar de ser víctimas de nuevo contrato unilateral, fueron convidados al festín que, para celebrar el asalto al correo de Galicia, estaban dándose éstos junto a una perola de chocolate de Astorga puesta sobre el fuego. Al parecer, había tanta hambre en los bandidos como ganas de repartirse el botín, pues nada más despedir a los invitados, que también tenían prisa, subieron céleres a su guarida de la peña del Mediodía, donde debía verificarse el prorrateo. Pero cuenta Constancio que le contó Bautista que, no resistiendo el peso de las sacas ni de su codicia, se detuvieron en el cancho del Horno, tras la cerca de los Huertos, y "surgió en el acto la discordia. El llamado Isidro, de Torrelodonos, se retiró unos pasos y, a traición, de un trabucazo, mató a Santos, que cayó cara a tierra, junto a la hoguera".
Es la peña del Mediodía un formidable reloj de sol natural que se levanta a medio camino entre Manzanares y Mataelpino -que quedan a las cuatro y nueve, respectivamente- y cuyo gnomon de granito constituye la última de las alturas de una estribación que se desprende de la Maliciosa hacia el sudeste, formando lo que se conoce como cuerda del Hilo o sierra de los Porrones, indistintamente. Recorrer el espinzo de esta serrezuela áspera y desierta, mientras a levante bulle la Pedriza como una marmita de gigantes llena de ciudadanos vocingleros, es una forma de vindicar la soledad de Pablo Santos y de todos los Juan Palomo que en la sierra han sido.
La apartada senda que han de seguir los sabios excursionistas nace en el collado de Quebrantaherraduras (hermoso nombre, vive Dios), a unos dos kilómetros del control de acceso al parque de la Pedriza, y corre monte arriba desde la fuente allí instalada. Marcado con hitos (montoncitos de piedras) el sendero culebrea entre jaras, arizónicas y pinos de repoblación, no ofreciendo mayor dificultad para su seguimiento que la que se presenta a la media hora de camino, al cruzarse con una carretera asfaltada junto a la fuente de las Casiruelas, en que el excursionista deberá rastrear su trazado buscando nuevos hitos a espaldas de ésta.
En menos de dos horas, el caminante se hallará en un collado a 1.660 metros de altura, en plena divisoria de la sierra de los Porrones, donde es mucho Guadarrama el que se contempla a la redonda: las cimas de Cuerda Larga, La Pedriza, el embalse de Santillana y los pueblos de El Boalo, Cerceda y Mataelpino acurrucados en la ladera de la Maliciosa. Cada cual, según su fuelle, deberá optar aquí entre proseguir la trepa hasta la Maliciosa Baja e incluso la Alta (1.935 y 2.227 metros), o bien desandar el camino hasta la fuente de las Casiruelas y tomar entonces a mano derecha la pista de asfalto que le devolverá, dando un rodeo por la peña del Mediodía, al collado de Quebrantaherraduras. Apenas nadie transita por esta carretera, salvo los amigos de las soledumbres y el fantasma de Pablo Santos.
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