_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La oveja y sus parejas

La clonación de la oveja Dolly a partir del ADN de un animal adulto, realizada en el Instituto Roslin de Edimburgo por el doctor Wilmut y sus colaboradores, es un acontecimiento histórico. Más por su impacto en la opinión pública, en el imaginario colectivo, y en Gobiernos, en Iglesias e instituciones, que por su estricta novedad científica. El mismo equipo había clonificado un embrión de oveja en 1995 y experimentos similares con embriones se habían realizado ya en distintos lugares del mundo. Tras el anuncio de Wilmut, el 1 de marzo, los investigadores de la Universidad de Ciencias de la Salud de Portland, Oregón, han revelado la clonificación de varios monos a partir de embriones, acercándose así aún más a las condiciones de los humanos.Estos experimentos se incluyen en una tendencia fundamental: la creciente capacidad de manipulación genética en mamíferos, incluyendo, desde luego, los humanos. En algunos laboratorios de la industria biotecnológica, como en Genzyme Transgenics, de Massachusetts, ya hace tiempo que se utilizan animales transgenéticos (es decir, modificados con genes de otros tipos de animales) para producir fármacos. Hay en el mundo miles de ratones genéticamente producidos o alterados para experimentos diversos. Varias empresas están desarrollando cerdos modificados genéticamente para producir órganos de posible trasplante en seres humanos. Y la terapia genética, incluyendo la modificación genética en el feto humano, es ya una tecnología disponible en algunos hospitales en la punta de la investigación.

Por otro lado, la ingeniería genética es una práctica común en la producción de vacas lecheras y otros animales, así como en numerosos productos agrícolas. La tecnología de Wilmut está aún en fase experimental incipiente, como demuestra el hecho de que Dolly, nacida hace siete meses, es la única superviviente de 227 pares de células en los que la donante era una célula de animal adulto. Y nada asegura su normal desarrollo, por lo que aún es pronto para considerar la técnica utilizada como viable. Con todo, se ha cruzado un nuevo umbral de la revolución biológica en curso. Un umbral que, por su espectacularidad, ha desencadenado una tormenta de comentarios y reacciones, muchos de ellos oscurantistas e inspirados por la ignorancia, la politiquería y los prejuicios de origen religioso (a distinguir de las muy respetables creencias personales). En este contexto de confusión generalmente mal informada cabe preguntarse: ¿cuáles son las consecuencias reales de los clones animales y, potencialmente, humanos?

En el campo industrial, el impacto directo es menos importante de lo que parece, teniendo en cuenta la difusión previa de las prácticas citadas de manipulación genética. Su principal aplicación parece ser en la experimentación con animales, puesto que un ADN idéntico permite medir los efectos de drogas, genes o virus introducidos en algunos de los especímenes. También es importante en la biotecnología farmacéutica, en particular en la producción de proteínas terapéuticas, un mercado que representa en la actualidad unos 7.600 millones de dólares y se estima crecerá hasta 18.500 millones en el año 2000. En cambio, en contra de opiniones poco informadas, la producción en serie de superanimales clonificados de ejemplares selectos de vacas, ovejas o cerdos es desaconsejada por los expertos. La razón es que cualquier epidemia podría eliminar toda la cabaña, al perder los animales su resistencia diferencial a las enfermedades, un mecanismo central en la reproducción de las especies a lo largo de la evolución. Con las posibilidades ya existentes de mejora genética y selección de especies por hibridación, la relación entre clonificación e industria ganadera es muy directa: pasa a través de la experimentación más que en la producción en serie.

¿Y los humanos en todo esto? ¿No le gustaría tener un hijo clon igualito a usted? ¿O clonificar a Miss (o Mister) Tailandia para su uso personal? ¿Es ello posible científicamente? ¿Y legalmente? ¿Y socialmente? Científicamente, en principio, parece ahora posible producir un clon genético, tanto a partir de embriones como del ADN de un humano adulto. Si se puede hacer con otros mamíferos, y en particular con los monos, se puede hacer también con humanos, aunque problemas técnicos considerables quedan aún por resolver (la activación del ADN en el embrión humano se produce mucho antes, que en el de la oveja), pero no son insalvables.

Legalmente, está explícitamente prohibido en algunos países, tales como España o el Reino Unido, pero nada se opone a ello en muchos otros, y en particular en Estados Unidos. La situación legal puede cambiar bajo el impacto de las noticias de estos días: Clinton ha nombrado una comisión para dictaminar sobre el tema. Es muy probable que en la Unión Europea, en Estados Unidos y en las instituciones internacionales se elabore, amplíe y precise la reglamentación sobre la manipulación genética en humanos.

Pero aun suponiendo que se llegue a una estricta reglamentación, incluso prohibición, si hay suficiente interés en la clonificación humana, se utilizará. No hay ejemplo histórico de una tecnología importante que, pese a sus peligros potenciales, no se haya utilizado una vez descubierta. El ejemplo más claro es el de la tecnología nuclear. Por ello, las verdaderas preguntas son: ¿tiene interés? ¿Y cuáles son las condiciones reales para el control de su utilización? Pese a la espectacularidad del tema, en el fondo, el interés directo de la clonificación del ADN de adultos humanos también es limitado. Porque, en realidad, una persona individual, como tal, no se puede clonificar. O sea, que tranquilícese: usted es único e irreproducible. La razón es que no somos sólo estructura genética, sino el resultado de la interacción entre el ADN y su circunstancia, o sea, la vida misma. Y no por algún tipo de esencia divina, sino por el funcionamiento del cerebro. Las neuronas cerebrales se configuran y reprograman en interacción con su medio ambiente, reaccionando a lo que experimentan. Y la dinámica cerebral modifica el organismo viviente a lo largo de la experiencia acumulada. Por lo que partiendo del mismo ADN se pueden constituir personas absolutamente diferentes, incluidas sus capacidades sexuales (lo siento por su fantasía), derivadas de una diferenciación de estímulos a lo largo de su evolución.

En realidad es algo que todos sabemos: que los gemelos, incluso cuando viven en la misma familia, tienen características y personalidades propias. Y un clon no es sino un gemelo de una generación distinta. De modo que la clonificación es mucho menos importante que la manipulación genética selectiva en la reproducción de la especie, Es en esta manipulación genética en donde la capacidad de clonificar adultos o embriones sí puede desempeñar un papel decisivo, por ejemplo, en la procreación in vitro o en la producción -en animales- de órganos genéticamente humanos para su futuro trasplante. Teóricamente, la aplicación más directa de la clonificación humana sería la de producir seres con órganos compatibles con los del modelo para su utilización como repuestos en caso de necesidad. No se puede descartar que las empresas criminales intenten alguna operación de este tipo en el año 2075, pero obvias dificultades institucionales y lo restringido de mercados limitado! a unos cuantos billonarios sin escrúpulos hacen de esta hipótesis una lucubración marginal.

Más allá de las películas de monstruos y de los prejuicios anticientíficos del fundamentalismo religioso o ecológico, lo que el actual debate plantea es la urgencia del control social de la experimentación genética tanto con humanos como con animales y plantas. Es cierto que estamos jugando con fuego al no poder situar estos experimentos en el conjunto de interacciones del ecosistema biológico, algo que el estado actual de la ciencia no permite, por muchos modelos de simulación que hagamos. Pero el control burocrático de la experimentación no logrará atajar el desarrollo de la manipulación genética. Se trata de una tecnología relativamente fácil de utilizar a partir de un conocimiento científico que se difunde cada vez más, por Internet entre otros medios. Empresas, Gobiernos, instituciones científicas e individuos disponen de un saber que no ocupa lugar, pero que puede ser utilizado, en instalaciones sencillas, con extraordinario beneficio científico, médico, económico y político.

Los mecanismos administrativos de control no pueden controlar realmente, incluso con una nueva Inquisición como la que reclaman algunos gobernantes en estos momentos. Un colega, sociólogo de Berkeley, que preside la comisión de control bioético del proyecto Genoma Humano del Gobierno estadounidense, me asegura que el papel de esta comisión y otros organismos similares es puramente simbólico. Las decisiones reales se dan en los laboratorios y en las empresas, con escaso conocimiento de los ciudadanos, exceptuando algunas protestas ecologistas. Y éste es el punto clave. Sólo una sociedad informada y participativa puede realmente orientar a los científicos y a los industriales en todos los ámbitos de aplicación biogenética. Y sólo el conjunto de la sociedad, y no unas cuantas burocracias, puede adaptarse flexiblemente a los desarrollos continuos de la nueva frontera científica, escogiendo en cada momento las alternativas concretas en que se definen los beneficios y costes de la revolución biológica.

El actual debate sobre aplicaciones genéticas se plantea en términos casi medievales de la osadía de la ciencia humana contra los atributos divinos. Cuando lo realmente trágico es el desfase cada vez mayor entre nuestro desarrollo tecnológico y nuestro subdesarrollo informativo, social y político. Un retrógrado sarcasmo, tiempo ha, ridiculizaba la democracia aludiendo a la posibilidad de que el Parlamento representativo de los ciudadanos decidiera sobre la existencia de Dios mediante un voto. Pues bien, en el momento en que hemos descubierto que nosotros somos, si no Dios, al menos sí nuestro propio creador, tal vez habría que tomar en serio informar, debatir y votar sobre las condiciones y objetivos de dicha creación. Porque, a diferencia de las ovejas, podemos entender y decidir nuestra vida, con la venia de nuestra pareja.

Manuel Castells es profesor de investigación (Sociología) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Barcelona).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_