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"Nunca sé como voy a tocar", dice el pianista italiano Maurizio Pollini

El músico actuó ayer en Madrid y volverá a hacerlo el miércoles

Tímido y cordial, Maurizio Pollini (Milán, 1942) tiene ojos vivos y manos menos largas de lo imaginable. Sus respuestas arrancan de una lenta meditación. Como su música. Con 55 años, recién apodado el arquitecto por la revista Le Monde de la Musique y considerado uno de los mejores pianistas del mundo, su lema parece seguir siendo, que el genio es paciencia: "Estudio cuatro horas diarias y cuando me siento a tocar nunca sé lo que va a pasar. No tengo certeza de cómo tocaré. A veces estás deprimido y tocas excepcionalmente; otras llegas lleno de confianza y lo que haces no te convence... ¡Será el subconsciente, que también cuenta!".

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Edad inquietante

Pollini actuó ayer en el Auditorio Nacional -Chopin y Debussy- y repetirá el miércoles con cuatro sonatas de Beethoven. Hoy (12.00) celebra un encuentro en la Residencia de Estudiantes. Su presencia en Madrid, donde apenas ha tocado cuatro veces, ha despertado gran interés. A su calidad, contrastada en numerosas grabaciones -la reciente de los conciertos de Beethoven con Abbado, otras con Böhm o Karajan, y muchas más de Schumann, Schubert, Boulez, Stravinski o Schoenberg-, Pollini une rasgos de hombre inquieto, profundo y romántico.Y lo último no sólo por ser un gran especialista en Chopin -"mi relación con él mejora con el tiempo", bromea- sino también por motivos históricos. En los años setenta, dejó su carrera para explicar la música a los obreros de Reggio-Emilia con sus amigos Claudio Abbado y Luigi Nono. Hoy, la música realtà es poco más que un recuerdo, pero Pollini ha envejecido con coherencia: antidivo, aún hombre de izquierdas, sigue abogando por "la unión de la ética y la estética" en la interpretación, en abierta oposición al star system: "Nuestro tiempo ha vivido un giro del interés del compositor al intérprete, y eso es una limitación tremenda. Si los intérpretes repetimos una y otra vez las mismas cosas, o nos limitamos a entresacar fragmentos célebres, acabaremos vaciando todo de significado".

Una de sus propuestas para salir de ese estado de cosas es ampliar repertorios a terrenos contemporáneos y/o antiguos menos trillados. "¿Por qué otras artes tienen muy en cuenta esas épocas de creación y la música no?". Y añade: "En el siglo XX y antes del XVIII hay música excelente, y se puede perder. Se ve cierta recuperación, pero, muy lenta. A Boulez, Berio, Stockhausen, Nono y otros grandes de la posguerra sólo se les hará justicia cuando se arriesgue una mayoría de intérpretes"

Pero hay muchas razones que impiden ese cambio, dice Pollini; "entre otras, los medios de comunicación; el fabuloso desarrollo de la música de nuestro siglo, tal vez demasiado rápido e intenso, y el hecho de que la gente sigue yendo a los conciertos guiada por los títulos". Como demuestra la abrumadora celebración de sus primeras cuatro décadas de carrera, Pollini corre un camino distinto: estos días afronta el reto de tocar juntas las 32 sonatas de Beethoven, por orden cronológico y en ciclos de siete días. "Si la gente va, sabes que no lo hace por el intérprete, sino por la música".

¿Es entonces el intérprete un mero médium? "Creo en la creatividad del intérprete como la única posibilidad de transimitir la esencia de la obra. Pero eso no existe si no hay un proceso de madurez creativa al servicio de la música". Pollini dice que ese aprendizaje implica "un cambio, día a día, en el detalle de la expresión". Y matiza: "Las líneas generales de la interpretación cambian muy lentamente. Lo que varía es la expresión de un concierto a otro. Afortunadamente, hay un elemento inaprensible que funciona de modo diferente cada día. Y cuando crees que más inspirado vas a estar, peor estás. Uno se conoce mejor después del concierto".

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