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Spiderman

La editorial de cómic Marvel, hace dos temporadas, lanzó una saga dedicada a Spiderman, basada en una ciencia-ficción que está, con el paso de las fechas, transformándose en ciencia a secas, o lo que sea. El personaje, un hombre con los poderes de un arácnido, perdía adeptos. Su vida era anodina y se enfrentaba a unos enemigos de charanga y pandereta. Carecía de zonas neutras, aquéllas entre el bien y- el mal donde resbalan los mortales por una cuestión de supervivencia, o de sobrellevar la propia moral, que cada uno dicta según sus creencias.Spiderman estaba cansado de ser perfecto, algo comprensible, puede ocurrirle a cualquiera, incluso a Dios. Mediante una pirueta argumental aparece otro superhéroe en Nueva York, con atributos parejos, llamado la Araña Escarlata. Tenemos por un lado a Spiderman, Peter Parker bajo la capucha, por el opuesto a la Araña Escarlata, de nombre Ben Reilly. La ciudad comienza a inquietarse. ¿Es la Araña Escarlata Spiderman cambiado de alias y vestimenta, o es otra persona? Ambos acaban encontrándose.

La Araña Escarlata está suplantando al original, subvirtiendo su categoría de superhéroe bregado en mil batallas, quiere decirse, con historia, la del que nace y se desarrolla en las contingencias. Se despojan de las máscaras y se descubre que sus rasgos y gestos son iguales, que la Araña Escarlata es el original, ya que el Spiderman al que estábamos acostumbrados era un clon, una copia genética del anterior fabricada por un investigador tarado.

Los guionistas han estado engañando al lector durante cinco años, en los límites de la ficción. En la saga se presentan diversos clones, cuya amargura ya no es adivinar de dónde provienen, sino quiénes son, o, mejor, qué son. Peter Parker y Ben Reilly, la copia y el patrón, acorralaban a los defectuosos, los cazaban, pues éstos obedecían a la alquimia, a un mundo imposible. Tal vez el primer clon de Spiderman temía que al haber usurpado una personalidad única, las derivadas le exigieran explicaciones de las que ni él mismo estaba seguro. La solución más eficaz era cancelarlas. Eliminada la incógnita se desvanecen los problemas.

Para los creadores de la Marvel el enigma radica en cómo cohabitan dos especies inteligentes, el hombre y el superhéroe. Por supuesto, al estallar el conflicto, ganan los buenos, los que se rigen por principios de igualdad. Al lector le gustaría saber, ya inmersos en el disparate, qué opina Dolly, la oveja. ¿Seguirá Dolly a Spiderman, le preocuparán sus contradicciones? ¿Sabrá Dolly que Clinton, presidente del planeta, ha pedido un informe sobre ella? ¿Dolly será consciente de la algarada que ha montado?

Spiderman existía sólo en la ficción, Dolly existía sólo en la ficción, el hombre clonado existirá sólo en la ficción. Lo que no existirá será la realidad. Se habrán vulnerado sus límites, se habrá quebrantado la escala evolutiva; a pesar de las voces que esperan, con dosis excesivas de optimismo, que no se plagien hombres. La historia tiende a ser cíclica. Cuando impera la demencia cualquier perversión es un hecho.

El nazi Mengele perseguía el milagro de la clonación. Cuentan las crónicas que pretendía crear miles de personas con el síndrome de Down para trabajar en las fábricas, mano de obra gratis que no piensa y puede ser asesinada al menor signo de rebelión. Total, no serían humanos, los pobrecitos.

El siniestro Mengele también andaba detrás del superhombre nietzchiano. Hitler también andaba detrás del superhombre nietzchiano. Hitler triunfaría, sus supuestamente infrahombres acelerarían la producción mientras sus superhombres conquistaban la Tierra, hoy un mercado donde la vida no vale una moneda.

Se estarán frotando las manos y bolsillos los cientos de dictadorzuelos y alumnos del nazismo dispersos por el globo, aguardando estudiar en Internet (adonde, sin duda, llegarán en algún momento) las aplicaciones de la clonación. Sería de ingenuos imaginar que no será utilizada por los que abusan del sufrimiento ajeno. Esos dictadorzuelos contratarán investigadores desequilibrados y, en un plazo no tan lejano, se acostarán con Marilyn, departirán con Napoleón.

Dolly, mientras tanto, pacerá mirando a través de sus ojos de mamífero los prados de Escocia. Verá a Spiderman suspendido de su red, a Mengele redivivo, al clon de un ser humano, sentado frente a ella, reflexionando sobre un pasado que le habrá sido negado y un futuro que no le importará. El clon se reirá de conceptos como el alma. Se reflejará en Dolly, preguntándose quién es el monstruo: la oveja, él o el hombre.

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