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Premiar la poesía

El Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca han convocado el VI Premio Reina la de Poesía Iberoamericana. Dotado con seis millones de pesetas, incluye, además, la edición de una antología del autor y la celebración de unas jornadas académicas dedicadas a la obra, del poeta premiado, que recibe el galardón en el Palacio Real de manos de la Reina. Su irradiación institucional -más de quinientas instituciones culturales y universitarias pueden proponer candidatos- y la calidad de los jurados garantizan su preeminencia entre los premios de poesia del mundo latinoamericano. La relación de premiados no puede ser-más impecable: son, hasta ahora, Gonzalo Rojas, Claudio Rodríguez,Joâo Cabral de Melo Neto, José Hierro y Ángel González. Nada permite augurar que tan brillante trayectoria vaya a quebrarse.La existencia de un premio así, que cuenta con los más altos respaldos, es buena para la poesía, tan acosada por los circuitos comerciales, tan ensombrecida por el triunfal oropel de los éxitos de ventas. Octavio Paz ha llegado a verla en las catacumbas, juicio quizá exagerado, pero no inexacto. El hecho es que existe un desnivel evidente entre el estatuto ontológico de la poesía, que es, y en grado extremo, y su repercusión social. Parece comob si tuvieran que ser los premios Nobel -tres poetas premiados en los últimos cinco años-los que recordaran su significación. Su significación máxima: la poesía es, al cabo, el reducto sagrado de la literatura, la depositaria de su última verdad, que consiste en la preservación de la palabra.

La gran literatura occidental nació poética, poco importa si épica (Homero) o dramática (los trágicos griegos). Veintitantos siglos más tarde, quien ha sido, seguramente, el mayor novelista contemporáneo, Marcel Proust, reintegraba definitivamente su filiación poética al género, narrativo. Nadie ha hecho en este siglo tanto por la poesía como el autor de la, Recherche, catedral de las más grandiosas metáforas. Pero no estuvo solo en su tentativa. Valgan los nombres de Virginia Woolf, Carlo Emilio Gadda, James Joyce (Retrato del artista adolescente Hermann Broch y André Gide, por citar a algunos destacados representantes de llamada novela lírica. En fin, el más grande de los novelistas rusos de este siglo, Borís Pastemak, enhebró su obra maestra, El doctor Zhivago, con los hilos de su primigenia vocación poética, que un poder tosco, zafio y brutal declaró incompatible con su nauseabunda ortodoxia. Los maravillosos poemas atribuidos a Yuri Zhivago que cierran el libro no son más poéticos que el resto de la novela.

Sucede, además, que los verdaderos poetas, que son pocos, siguen contando con la asistencia de un público fervoroso. Las obras de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca, Luis Cernuda, o Pablo Neruda se reeditan constantemente. Y no, no es la escuela la única responsable de esas continuas tiradas. Viniendo incluso a la poesía actual, sucede también que las figuras más destacadas reciben el apoyo de un público minoritario pero fiel. Éste es, por otra parte, el destino de los grandes libros de poesía: comienzan siendo minoritarios, acaban teniendo el respaldo de millones de lectores. Quinientos ejemplares se hicieron en Madrid en 1936 de los primeros poemas de amor de Neruda; 60 años después se han vendido más de tres millones Apenas, su original manuscrito transmite en su momento, para el uso de unas cuantas monjas, los versos del Cántico espiritual san juanista, que siglos más tarde se ha editado en todas las lenguas cultas.

Bienvenida sea, pues, esta nueva edición del Premio Reina Sofía, que viene a exaltar un género que es, por otra parte -conviene no olvidarlo-, el género literario del siglo en España. Sin duda, he mos tenido algunos buenos no velistas, varios magníficos ensayistas y algún, que otro dramaturgo de excepción, pero lo que de verdad hemos tenido son poetas. En su conjunto la poesía española de este siglo es, seguramente, la mejor poesía de Europa. La afirmación es comprometida, pero demostrable. Lo de menos es que haya dos premios Nobel (cinco si se cuenta la poesía latinoamericana); lo demás es la abrumadora cantidad y calidad del género en nuestro país.

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