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Reportaje:

El contrato saltimbanqui

Las tribulaciones de cuatro 'expertos' en cambiar continuamente de trabajo por la inestabilidad laboral

Antonio Jiménez Barca

Ya no se trata sólo de ir de un sitio para otro en busca de un trabajo. Resulta que, cuando se encuentra el puesto, éste dura tan poco -dos meses, un mes, de semanas o una semana- que los trabajadores, especialmente los más jóvenes, deben saltar de un trabajo a otro a fin de sobrevivir. La duración media de los contratos firmados en la Comunidad de Madrid en 1996 fue de un mes. Esto convierte la vida en una variante dura del ejercicio de la cuerda floja. No es fácil planificar nada cuando uno no sabe si al final de la semana se va a ir al paro o no. Un cuarteto de expertos en el contrato saltimbanqui cuentan sus trepidantes peripecias en el movido, inestable y cruel mercado laboral madrileño.Contratada una vez. Ana Martín Salas, de 30 años, se licenció en Psicología en 1989 y desde entonces ha trabajado en un montón de sitios y de cosas. "En el último año he estado, por ejemplo, como educadora en un colegio. Después me puse como encuestadora, sin contrato; te daban un cheque de 60.000 pesetas por un mes de trabajo y te decían que te habían descontado el IRPF", relata. "Después, en enero, me puse otro mes a hacer una encuesta por teléfono para que alguien escriba un estudio, de tema apasionante: Sobre la situación industrial en Valencia. Me pagaban 500 pesetas a la hora y me lo darán dentro de tres meses con un poco de suerte", prosigue. "Una vez, sí, una vez, recuerdo, estuve contratada ¡dos meses!, pero en Londres"

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Los contratos laborales cerrados en 1996 duraron una media de un mes

Ana reconoce que necesita la ayuda de sus padres para poder llegar a fin de mes. Vive en un piso compartido con otras dos personas. Ahora prepara oposiciones para conseguir una de las 36 plazas que saldrán para educadores de menores. "Pero se presentarán muchísimos, claro".

Del burger a la pizzería. El último año de Damiá Tarragona, de 25 años, también ha estado lleno de saltos. En abril de 1995 trabajaba como mensajero, pero tuvo una rotura de ligamentos, y le echaron. Cobró por algún tiempo de la Seguridad Social, y desde entonces todo ha sido pasearse al borde del abismo, que es el paro absoluto.

"Hice un curso de inglés y otro de camisería; tuve un con trato de un mes en el Wall Street Institute como administrativo y luego me echaron; luego, a través de una empresa de trabajo temporal, me puse en un burger, donde duré una semana; era uno de esos contratos por obra, pero yo hacía de todo allí. Me pagaban 18.000 pesetas por cuatro horas al día, en las que igual ponía las hamburguesas que limpiaba los servicios o que retiraba las mesas", cuenta Damiá. "Luego fui a parar a una empresa de esas que vendes productos por teléfono: nos dieron un cursillo de tres días, luego curramos otros cinco y sanseacabó. A la calle. El contrato, que era de obra, estipulaba que teníamos que hacer en tre todos 3.000 llamadas. Te pagaban 600 pesetas a la hora", añade. Damiá ahora estudia fontanería. "Sí, soy una especie de maestro en mil oficios, pero en nada concreto. Además trabajo en una pizzería, donde me han hecho un contrato de seis meses. Me pagan unas 40.000 pesetas. Pero no tengo horario fijo", concluye.

24 contratos en seis meses. Juan Hernández [nombre falso ya que la persona entrevistada terne represalias de la empresa], de 24 años, lleva casi seis meses trabajando en una empresa que cada semana le renueva el contrato. "Cada viernes nos dan un papel y firmamos, así que yo debo llevar ya 24 contratos de una semana. Cuando son vacaciones nos echan y luego nos vuelven a contratar", relata. "Antes había estado en un gran almacén trabajando de reponedor de estanterías, con un contrato de un mes en el que sólo trabajaba cuatro horas al día. Luego estuve haciendo inventario en otro supermercado con un contrato de tres días: te tirabas, eso sí, 12 horas por jornada colocando etiquetas en los productos", añade. Juan Hernández hizo el Graduado Es colar y después "mogollón de cursos". "Lo único que quiero es dejar de dar vueltas", prosigue.

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Sensación de sobrar. Raquel Puerta [también nombre falso] es la novia de Hernández. Viven juntos en un piso de alquiler. También Laura colecciona contratos basura: "Llevo trabajando desde los 16 años y siempre así, un mes sí, dos, no, una semana sí y la otra también. En los últimos tiempos estuve en una cafetería tres meses; luego, durante tres noches de una semana, haciendo inventario en los tiques de compra de las cajas de un supermercado; y después vendiendo ropa en una tienda dos meses, y, por último, vendiendo casas. Aquí tengo un contrato de tres meses: la gloria. Me pagan unas 65.000 pesetas", relata Laura, que luego espeta de un tirón: "Esto es duro: no puedes meterte en un piso ni llevar una vida normal; estamos continuamente agobiados; la cuenta del banco tiritando; no vamos de vacaciones ni casi en verano a la piscina, y ni de cachondeo pensamos en tener hijos. Tenemos un gato, y a veces, cuando toca pagar los mil durillos del veterinario pensamos que es un gasto. Y lo malo es que no tenemos esperanza de que esto se acabe alguna vez. Y los trabajos por los que pasamos nos dejan un mal sabor de boca, porque nos quitan de enmedio siempre, sin dejar que progresemos o que adquiramos experiencia. Salimos adelanté, pero con la sensación de que sobramos".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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