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Los diputados eligen hoy jefe del Estado interino hasta 1998

Juan Jesús Aznárez

, Enfrentado con la presidenta temporal de Ecuador, Rosalía Arteaga, el Congreso abordará hoy el nombramiento del presidente interino que debe sustituirla y encargarse de la gobernación del país hasta las elecciones de 1998. El Parlamento nombrará hoy a Fabián Alarcón, con lo que el vapuleado país andino evitará regresar a la crisis de los tres presidentes: Abdalá Bucaram, que no ha renunciado pese a ser un cero a la izquierda; Arteaga, que se sentía comodísima en la más alta magistratura del Estado, pero sin fuerza parlamentaria detrás de ella; y Alarcón, virtual vencedor y futuro presidente."Honrosamente, más de 50 legisladores me han ofrecido su respaldo para que pueda ser elegido presidente", aseguró Alarcón. Según este candidato, no son necesarias para ello reformas constitucionales. "Luego vendrán esas reformas, que deben tener más de 60 votos", aclaró.

Gil Barragán, ministro de Gobierno de Arteaga, había instado a los diputados "a no volver a cometer el error de nombrar a un presidente interino sin una reforma constitucional previa". Se deduciría de ello, según el único criterio de la mayoría de los analistas, que Barragán y Arteaga consideran nula la anterior designación de Alarcón como presidente, lo que implicaría que el presidente de la República sigue siendo Abdalá Bucaram. "¿Así hay que entenderla, señora presidenta Rosalía Arteaga?", inquiría el diario de Quito El Comercio.

Vacío constitucional

Abstenerse no era la intención de los 45 diputados, en una Cámara de 82, que después de tumbar a Bucaram nombraron a Alarcón en su lugar y se disponen a reelegirlo de no recibir satisfacciones. Ecuador sufre una mayúscula devaluación de sus instituciones y enredos legales que arrancan del vacío constitucional sobre quién debe suceder al presidente, caso de fuerza mayor. Este vacío es consecuencia de particulares intereses económicos durante la administración del presidente conservador Sixto Durán-Ballén.

También pasa factura la destitución del populista Abdalá Bucaram por mayoría simple, sin juicio previo ni las debidas garantías constitucionales, en virtud de que su acelerada enajenación mental arruinaba el país y justificaba cualquier interpretación laxa de la Carta Magna. Tampoco El Loco, sobrenombre con el que se conoce popularmente al destituido presidente, quiso llenar el vacío de la Constitución ecuatoriana, ya que desconfiaba de la lealtad de su vicepresidenta, Rosalía Arteaga.

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