Ostende muestra el misterio de los expresionistas y surrealistas belgas
261.000 visitantes desbordan el Museo de Arte Moderno
Si esta exposición de los grandes maestros expresionistas y surrealistas belgas se celebrase en París en Londres ocuparía la primera página de los diarios. Pero se despliega en el coqueto Museo de Arte Moderno de la pequeña ciudad costera belga de Ostende. Aun así, el boca-oreja ha funcionado y 261.000 personas han amenazado con colapsarlo. Por eso se ha ampliado el plazo hasta el próximo 16 de febrero.
, Para el ciudadano medio español, ya familiarizado con los grandes expresionistas rusos, con los alemanes del Puente o con el genio austriaco de Oskar Kokoschka, esta exposición, hilvanada en torno al enfrentamiento misterio-realidad, resulta un verdadero descubrimiento. No es que algunos de sus protagonistas -James Ensor, Léon Spilliaert, Constant Permeke, René Magritte y Paul Delvaux- le suenen a chino, sino que la potencia de una exhibición conjunta de un gran número de obras de cada uno de ellos resulta casi sobrecogedora.Lo es también para los belgas, alemanes, holandeses y británicos que pululan, apelmazados, por las salas de este antiguo hipermercado racionalista. ¿Por qué, si se han producido antológicas de todos, ellos en los últimos años? Seguramente porque la dispersión de su obra entre distintas instituciones -sólo, recientemente, el Museo de Bellas Artes de Bruselas ha logrado culminar una nutrida colección de Magritte-, y especialmente entre los particulares, les había impedido calibrar el peso que ahora permite ver una amplia muestra conjunta.
Verdadera red
La potencialidad de las colecciones privadas vuelve a ponerse de manifiesto cuando se constituye en verdadera red, como es este caso, en un país donde la burguesía refinada sólo ejerce plenamente en sus salones protegidos por cortinas. Algo que a lo mejor ilustra sobre las posibilidades de esta vía, sólo a medias explorada en España.
¿Qué encontramos en la exposición? Muy resumido, esto:
- James Ensor es considerado como padre del arte moderno, desde luego en Bélgica, "del expresionismo, pero también del dadaísmo y del surrealismo", como indica el conservador Willy van den Bussche. Influenció a los grupos alemanes Die Brucke y Der Blaue Reiter, algunos de cuyos componentes le visitaron en su taller. Religioso y anticlerical, iconoclasta y solitario, el precursor usa la herencia burlesca, dramática y caricaturesca de Goya, de El Bosco y de Bruegel, un camino que llega a su apogeo en piezas carnavalescas y mordaces como La intriga o La sorpresa de la máscara Wouse.
- Léon Spilliaert, un postsimbolista largo tiempo olvidado de la propia crítica belga, introvertido y pesimista, puede considerarse como un heraldo del surrealismo, con sus acuarelas transparentes dominadas por la línea curva y la introversión. Sus paisajes -sobre todo la playa de Ostende-, nocturnos, subjetivos y misteriosos, están dotados de una luz particular, de una difusa horizontalidad íntima -con gran dominio del contraluz- Soñador triste, entronca escenarios y paraje interior: el espectáculo es la lectura, subjetiva, del entorno. Cosas o personas, sea en El dique nocturno o en La bebedora de absenta.
- Constant Permeke es el más claramente expresionista; por sí solo, una potencia en la figuración del gesto humano, a veces cubista, a veces realista. Intuitivo, lírico, dinámico, es casi siempre monumental, pero plasma emociones delicadas. El más nacional -apegado al terruño y sus personajes- de los cinco, llega también a la universalidad profundizando en lo particular: La fritería, El pan negro, El fumador y, sobre todo, La caravana o Mujer de senos desnudos.
- René Magritte, seguramente el más conocido, busca nuevos significados rehabilitando fríamente los objetos triviales o vulgares y enfrentándolos entre ellos. Sigue una particular trayectoria surrealista -acogida primero y anatematizada después por André Breton- que enlaza con el arte conceptual e incluso con el irónico lenguaje del cómico la publicidad (Le retour de flamme), especialmente en su periodo vaca.
- Paul Delvaux, el que menos entusiasmos suscita, es un pintor original de un mundo muy personal circunscrito a pocos y reiterativos temas: teatrales y bellas, mujeres desnudas en insólitas poses teatrales organizadas a la manera de la pintura alegórica e histórica sobre escenarios pretendidamente renacentistas, con toques futuristas, trenes y ambientes extraídos de novelas de Julio Verne. Lo mejor, sus esqueletos, brutales y vivos en El entierro y Ecce homo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.