Un creador de teatro
Felipe Lluch Garín fue un gran director de teatro. Era falangista, fue a la cárcel y en ella encontró otro joven con vocación: Cayetano Luca de Tena, monárquico como su familia, recién fallecido.Pasaron indemnes por la guerra, y suyo fue el teatro Español, como premio. Y como justicia: su calidad fue indudable. Lluch murió muy joven, Cayetano tomó la dirección y creó un excelente teatro junto al otro nacional, el María Guerrero (dirigido por Luis Escobar, que vino de correr la zona franquista haciendo autos sacramentales, como luego Tamayo: un excelente aval para una época. Ah, los dos también con alta calidad). El primer descubrimiento de Cayetano fue Historia de una escalera, de Buero Vallejo: había ganado un concurso (Lope de Vega) y aunque había una gran resistencia a estrenar la obra (se le acusó de rojo: era comunista, había estado condenado a muerte), Cayetano le sacó adelante, y así se creó un título con puesto seguro en la historia de la literatura dramática. Cayetano incorporó al teatro Español, en las dos etapas en que lo dirigió, a grandes figuras de la escena: Mercedes Prendes, Guillermo Marín, Dicenta: tenía la fe puesta en la palabra bien dicha. Y comenzó la creación de decorados corpóreos, duros: obra de Sigfrido Burmann (cuya dinastía continúa hoy en el cine). Creo que sin proponérselo era lo contrario del otro teatro nacional, donde Luis Escobar buscaba la ligereza, los decorados a veces casi invisibles (Nuestra ciudad, de Thornton Wilder); Cayetano buscaba los clásicos españoles (una inolvidable Fuenteovejuna) y Luis los autores ingleses y americanos modernos (Prietsley, Miller ... ). Entre los dos mejoraron enormemente el teatro de posguerra, que había caído en manos de los chabacanos, de los empresarios chapuceros, de la risa a toda costa (hasta que llegó otra generación, la de López Rubio, o Ruiz Iriarte, o Calvo Sotelo: que también estrenaron con Cayetano) a poner unas notas más elegantes, más finas.
Éxito de años
Lo que se debe a Cayetano Luca de Tena es mucho. Cuando salió del Español y formó una compañía privada, representó otra vez a Buero Vallejo en una obra de resultado feliz (Madrugada, con María Asquerino) y tuvo un éxito de años con la reposición de Las de Caín.
Lo que hizo él, como lo que hicieron Luis Escobar y Tamayo, fue seguir una tradición de teatro que se había planteado en la República, aun con las situaciones de censura -más que de su propia ideología: su filiación y su toma de partido era clara, pero su intelectualidad era más libre, como les pasó a tantos-, en la que se había iniciado un teatro moderno y vivo.
Tenían que luchar contra la época represiva a la que, sin duda, pertenecían (como algunos escritores, como Fernández-Flórez o Jardiel Poncela). Quizá también su éxito real (no tanto de público, que tuvo que acostumbrarse a su teatro lentamente, como de calidad y de crítica) causó un daño, que fue la creación del teatro de dirección, sobre el que cayó un aluvión de vocacionales que no tenían talento para escribir ni para representar y se erguían en director de aquel pelotón salieron, una o dos generaciones después, personajes tan valiosos como Narros, Alonso, Marsillach, y quienes les sucedieron.
Cayetano tuvo al fin que retirarse por su edad (seis años más que yo: ahora, 76), por el mal estado del teatro, pero no creo que haga más de tres días cuando escribo de la última vez que le vi, en una primera fila para que las palabras llegaran hasta él. Qué pena, ni siquiera me acerqué a saludarle, como tantas otras veces. ¡Cómo íbamos a saber!
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