El silencio de los rusohablantes
Los rusohablantes de Chechenia, cuya cifra, según diversas estimaciones, se calcula entre 50.000 y 70.000, no han promovido candidatos propios para la defensa de sus intereses en el Parlamento, ni siquiera en las tres provincias del norte del río Terek, donde viven los descendientes de los cosacos rusos que colonizaron estas tierras. En Naursk, a 90 kilómetros al norte de Grozni, el atamán (jefe cosaco) Vladimir Kashliunov, acepta con resignación el rumbo de los acontecimientos, y la progresiva chechenización de Chechenia."Todos hemos salido perdiendo de esta guerra que se podía haber evitado. Los chechenos han perdido la economía y los especialistas rusos, que se han ido y continúan marchándose, y los rusos que han emigrado, su patria y su casa", afirma Kashliunov, que pertenece a la Asociación de Cosacos del Terek con sede en la provincia rusa de Stávropol.
El mismo censo de electores de Chechenia es uno de los datos inexactos de los comicios de ayer. Aproximadamente, el número de electores se calculaba en unos 550.000, de los cuales unos 450.000 están en la república y el resto son refugiados. Las autoridades chechenas no han querido instalar colegios electorales fuera de la república, aparentemente temerosas del voto de los rusohablantes. Sin embargo, han permitido la instalación de colegios en territorio de la vecina Ingushetia, donde los refugiados son de nacionalidad chechena.
Kashliunov no quiere marcharse de Chechenia, pero entiende a los que lo hacen. Están los problemas de la escuela de sus hijos, donde algunas asignaturas no pueden impartirse por falta de profesores, y los detalles de la vida cotidiana que ha comenzado a cambiar: la venta de alcohol se ha prohibido, el día libre ya no es el domingo, sino el viernes, y la rentable cría porcina local es desincentivada.
Además, las nuevas corrientes independentistas han chocado con el reestablecimiento de las fiestas de los cosacos, que ahora son vistas como una provocación por las autoridades chechenas. A pesar de todo, Kashliunov y el grupo de rusos que se reúnen en la sede local de los cosacos, continúan construyendo una iglesia. Llevan ya varios años, y no consiguen acabarla.
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