La caras de la lepra
Los afectados españoles hablan de su rechazo en el Día Mundial de la enfermedad
Muchos de los 275 leprosos que viven en el sanatorio alicantino San Francisco de Borja, de Fontilles, son chatos. Pero tienen un olfato prodigioso para oler el miedo de los que acuden a visitarles. Que sea hoy el día Internacional de la Lepra y que esta semana se haya informado de que existen 2.000 afectados en España y dos millones en el mundo, no les ilusiona. Saben distinguir, entre la nube de palabras afectuosas, al que llega con temor a tocarles en un descuido o a exponerse cerca de sus toses. Por eso Cinta Moreso Monet, de 74 años, cuando se le estrecha la mano al saludarla, saca de entre sus cejas borradas la arruga de una sonrisa y, sobre dos piernas comidas por llagas, cuenta la historia de su vida."Yo tendría unos 34 años cuando la cogí", relata Cinta. "Trabajaba en el campo, pero jamás conocí a nadie con la enfermedad, ni sé cómo la cogí. Se me cayeron las cejas sin darme cuenta. Fue en un pueblo de Cataluña. Y por culpa del médico la gente me marginó mucho. Pasé tres años en el sanatorio y al volver al pueblo la gente se cambiaba de acera, se iban de las tiendas. Pero he sido muy rebelde siempre y no me apoqué. También es verdad que conté hasta con el apoyo de mi suegra. Ahora, al cabo de los años he vuelto aquí, porque se ha muerto mi marido y al fin y al cabo, esta fue mi casa".
La lepra es la enfermedad contagiosa menos contagiosa, según el director médico de Fontilles José Terencio de las Aguas. El 95% de la población europea es inmune al bacilo de Hansen, que desencadena la enfermedad. Y ese 5% vulnerable al bacilo necesitaría para, contagiarse un contacto íntimo y repetido con el leproso, más condiciones de promiscuidad, falta de higiene y hacinamiento.
Pero más de tres mil años después de su nacimiento, el bacilo de Hansen se sigue riendo de los científicos. Después de probar con cientos de animales, de practicar miles de experimentos en la India, Estados Unidos, Reino Unido y Bélgica, país de buenos bacteriólogos, aún no se ha encontrado una vacuna que erradique los 600.000 nuevos casos que aparecen cada año en las zonas más pobres del mundo, como la India, Myanmar (antes Birmania), Indonesia, Nigeria y Brasil. La mayoría de los afectados españoles se encuentran en zonas chabolistas de Andalucía oriental, sobre todo, en la provincia de Jaén, donde se han registrado 134 casos.
El cura jesuita director de Fontilles, Jesús Moragues, recuerda que hace pocos años intentó ingresar en un psiquiátrico a un enfermo de lepra y el psiquiatra, después de negarse varias veces,' dijo al jesuita: "Mire, ustedes lo tienen ahí 15 días, le curan la lepra y después me lo mandan".
"Le tuve que explicar que eso no es una cosa que se cure en 15 días, sino que se tarda meses y años", recuerda Moragues.
Laura González, de 71 años, se encontró la marginación, el racismo y la desinformación en el propio sanatorio de Fontilles, hace cincuenta años. Hasta entonces, nada. Laura se vio a los siete años en su pueblo de Córdoba con la cara llena de manchas. Y vivió hasta los 20 con el cariño de sus vecinos. "Poco antes de venir a Fontilles se descubrió lo que tenía. Y cuando la gente me preguntaba '¿qué es lo que tienes?', yo, tan ingenua les decía: 'la lepra".
Las vecinas acudían a la carbonería del padre de Laura para que ella cuidase de sus hijos, pero las heridas cada vez se le extendía más y se hacían más dolorosas. Y entonces llegó a Fontilles y se encontró con la desinformación. "Fue una época muy mala, porque se me reventaron todos los bultos de la cara, me dolían mucho y encima los trabajadores nos trataban como si ellos se pudieran contagiar. Estuve 12 añós sin salir de aquí, como en una cárcel".
Cambios
Una muralla de tres metros de alto y tres kilómetros de perímetro rodea los 32 edificios del sanatorio, que empezó a funcionar en 1.909. Ahora los enfermos pueden entrar y salir cuando quieran, unos 20 tienen coche y hay hasta una docena de matrimonios con una sala dedicada a ellos.Los voluntarios y los trabajadores sanos ya no recelan de los enfermos, en misa ya no se los separa mediante una verja, y en los autobuses que van hacia Alicante o Valencia (ambas a 100 kilómetros de Fontilles), nadie se espanta. "O se baja esa señora o nos bajamos todos", le dijeron hace 30 años al conductor de un autobús en Fontilles. Se bajó la señora.
Las cosas han cambiado, pero los internos siguen desconfiando de la sociedad. Pedro Muñoz es el nombre falso de un anciano aragonés de 74 años que descubrió los primeros síntomas de la lepra el año pasado. Incubó la enfermedad en Brasil, y a pesar de que regresó hace diez años, le ha aflorado ahora. Teme que en su pueblo le llamen El Leproso y le amarguen la vejez. Sólo lo saben dos hermanos suyos. Ningún amigo, nadie más.
Nadie en Fontilles espera gran cosa del Día Internacional de la Lepra, ni más concienciación, ni menos recelo. Están demasiado resentidos después de padecer casos como el de María y su familia.
Hace dos años María tenía 70 y un cáncer de útero. Su familia llevaba 40 años sin visitarla. María se enteró de la muerte de su madre cuando una conocida llegó a Fontilles para visitar a otra persona y le dio el pésame. "¿Quién se me ha muerto?", preguntó María. Las dos hermanas de ellas ni siquiera la llamaron para comunicárselo.
Con la vista perdida y más deformada que nunca, el cáncer vino a visitarla. Su único deseo era que las dos hermanas que la conocieron desde pequeña, cuando su cara estaba limpia, vinieran a verla. Desde los 12 años que ingresó en Fontilles, María había vivido amarrada a una pensión de 20.000 pesetas, a un pequeño sueldo como peluquera de la leprosería y a los buenos recuerdos de su gente.
El padre Jesús Morgades llamó a las dos hermanas varias veces para que la visitaran. Les dijo que María les ofrecía todos sus ahorros si iban a verla. Pero murió el pasado septiembre y no vinieron. Ni por María, ni por sus tres millones de pesetas. Una de las hermanas lloró cuando se lo dijo el jesuita. Pero ninguna ha visitado su tumba.
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