_
_
_
_
Tribuna:DEBATE SOBRE EL EMPLEO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La reforma laboral, por la gloria de mi madre

Marcos Peña

Me dicen que 1997 va a ser el "año del empleo", y yo me pongo a temblar, ya sólo queda que encontremos un día libre al año -que no es fácil- e instauremos el día internacional del empleo. Encontrarle un santo patrón no sería difícil.Viene todo ello a cuento porque las buenas conciencias de este país cada día que pasa están más indignadas -más justamente indignadas-; se niegan a "aceptar este paro bochornoso", y tienen la solución para acabar con esta situación tan bochornosa, que linda con el escándalo cuando hablamos de precariedad. Y claro, la solución no podría ser otra que la reforma laboral. Aquí de nuevo está, la reforma laboral...

Ya hace tiempo, más de 10 años, que uno de los más brillantes ensayistas sobre el paro Aris Accomero, en su libro I paradosi della disoccupazione, venía a decir que lo realmente grave del problema era "la enorme distancia entre el énfasis con el que se denuncia el fenómeno, con ribetes dramáticos en sus aspectos económicos y la poquedad absurda de las medidas propuestas". Y es este énfasis, cuasi religioso, el que genera una "dramatización hipócrita", que consigue que todo aquello que tenga que ver con el paro suene a convencional, a patrimonio de la política-espectáculo, que parece seguir el siguiente guión:

1. El problema es tan grave que parece que no se pueda hacer nada.

2. Por tanto es necesario hacer algo inmediataniente.

Esto era hace 10 años, ahora las cosas están aún más complicadas. En nuestros días el empleo se ha convertido en una especie de virtud teologal, y la política de empleo en el legitimador por excelencia. "Hago política de empleo, ergo existo". Y el fin que debe alcanzarse, el empleo, es tan noble que justifica cualquier medida, por insensata o despiadada que sea. Todo vale.

Seguimos sin conocer con precisión las actuales causas del paro, desconocemos la verdadera estructura del desempleo, pero al parecer pensamos que si modificamos un artículo de la ley acabamos con la precariedad, y que si nos metemos con otro -al que llaman despido- habremos alcanzado la Tierra Prometida. Y la misión es tan elevada que justifica el esfuerzo, porque nos lo están pidiendo a gritos "los jóvenes y los más de dos millones de parados españoles".

¿Alguien se cree esto de verdad? ¿Alguien cree de verdad que la temporalidad es consecuencia de nuestro ordenamiento jurídico? ¿Alguien de verdad piensa que el BOE crea empleo? ¿Alguien se cree que un problema de la dimensión, de la enorme dimensión, del desempleo moderno tiene una solución jurídica? Seamos serios, por favor.

El paro es un problema en realidad mucho más serio de lo que las precongeladas declaraciones de duelo permiten vislumbrar. Es un problema que tiene que ver con la organización y con el proyecto de sociedad. Sólo el trabajo corporiza socialmente a las personas. En nuestras sociedades quien trabaja es sociedad y está en sociedad, quien no trabaja carece de referente, está al margen de... Y esto es incompatible con aquéllos que añoramos una sociedad cohesionada e integrada.

Pero es un problema de organización social, que nos exige, si queremos que todo aquél que quiera pueda trabajar, aprender a vivir y a trabajar de otra manera y en otras actividades. Pero pienso yo que antes de nada es obligatorio denunciar el vomitivo fraude bienpensante de todos los días, y dejar a nuestro mercado laboral en paz, porque las cosas funcionan razonablemente bien. Funcionan mejor -y eso es lo que cuenta- de como funcionaban hace cinco o seis años.

Hay más trabajadores ocupados, hay menos parados y cada día hay más contratos indefinidos.

Perdón, por citar algunas cifras: en 1993, 365.000 desempleados más; en 1994,149.000 desempleados menos; en 1995, 180.000 menos; en 1996, 160.859 menos, ¿mejor o peor? En 1991 se perdieron 188.000 contratos fijos; en 1992, 249.000; en 1993, 172.000. La tendencia se rompe en 1994, y en 1995, por primera vez desde hace muchos años, se crean 145.000 contratos fijos ' y en 1996 todo parece indicar que la cifra superará los 350.000. ¿Entonces?

Es obvio que el ordenamiento jurídico laboral ni es ni debe ser inmutable, carece de naturaleza coránica. Y buena prueba de ello es que recientemente fue pro fundamente reformado, han pasado poco más de tres años. No parece discutible que la situación de nuestro mercado de trabajo en los primeros años noventa era sustancialmente distinta a la actual. Hagamos memoria: en 1993, el déficit del Inem. bordeó el medio billón de pesetas, el número de desempleados aumentó en 365.000, casi se perdieron un millón de puestos de trabajo entre 1992 y 1993, y a todo ello -en este año- los salarios crecieron un 20% más que la inflación.

Resultaba vital taponar la hemorragia del Instituto Nacional de Empleo (Inem), vital incluso para su propia supervivencia, conveniente alentar la ocupación de jóvenes trabajadores sin experiencia ni cualificación, razonable reforzar la capacidad de negociación de los agentes sociales, oportuno concluir con el anacronismo de las ordenanzas laborales, etcétera. Parecían objetivos sensatos e independientes de la situación de paro existente en nuestro país.

Lo razonable sería ahora hacer balance, ver lo que ha pasado y comparar la situación actual con la precedente. Los datos a favor de la situación actual son apabullantes. Sobresale entre ellos que el Inem del medio billón de déficit en 1993 alcanzó un superávit de 200.000 millones de pesetas en 1995, algo jamás visto -y que posiblemente jamás veremos- en ningún instituto nacional de nuestro país.

Pero la reforma de entonces tuvo un defecto, un defecto grave, que los responsables de su autoría aún estamos penando. Fue descalificada ab initio, rotundamente por los sindicatos -con el corolario incluso de huelga general- y con suficiencia despectiva por las asociaciones empresariales, y por la oposición. Provocó tales desgarros que imposibilitó un juicio desapasionado. Mejor que el análisis y la reconsideración era hacer otra cosa. La coartada fue "la temporalidad". ¿Por qué se desata este debate en España en los últimos dos años? ¿Por qué no antes?

Es realmente sorprendente que cuando se rompe la tendencia de la destrucción de contratos fijos y se inicia -y con fuerza- la contratación estable aparezca este debate. Es realmente sorprendente.

Si se mantuvieran las cosas en su tendencia actual, los españoles en los próximos 10 años tendríamos 1.600.000 desempleados menos, en tomo a 3.000.000 de ocupados más y unos 2.500.000 más de trabajadores fijos. Respetable objetivo, sin duda. Esto nos permitiría ocupamos de la política de empleo de verdad: formación, intermediación y protección de colectivos más desfavorecidos. Acordar con sosiego asuntos relativos a la negociación colectiva. Analizar, con prudencia, limitaciones a la temporalidad. Mejorar el instituto del despido objetivo, etcétera.

Pero para todo ello sigue siendo necesario desalojar al empleo de la dramática liturgia que le acompaña y recordar, de vez en cuando, que es el derecho producto de la realidad y no viceversa.

Con menor pasión podríamos superar la fase actual de "situación desesperada pero no seria", y alcanzar la más razonable de "situación seria -muy seria- pero no desesperada". Y no desesperada, fundamentalmente por dos cosas: primero, porque se diga lo que se diga vivimos mejor -mucho mejor- de como vivíamos, un ejemplo: en 1965, primera EPA en España, el paro era del 1,5%. ¿Qué quiere esto decir? ¿Que vivíamos entonces 10 o 15 veces mejor que ahora o que vivíamos tres veces mejor entonces que en Estados Unidos, cuyo paro a la sazón era del 5%? Y, segundo, porque trabajo no es ni más ni menos "que lo que queda por hacer", es la actividad con la cual satisfacemos necesidades públicas o privadas, y la lista de necesidades pendientes de satisfacción es ilimitada. Más que una crisis de trabajo vivimos una revolución, cuya solución no es jurídica ni económica,es política y de organización social, y por ello mucho más difícil de encontrar.

Marcos Peña Pinto es inspector de Trabajo y fue secretario general de Empleo en el último Gobierno socialista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_