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Pensamiento delictuoso

Entiendo con dificultad el afán igualitario que propone la identidad de los sexos, intentando homologar virtudes, cualidades y defectos de cada uno y la insistencia en hacerlos intercambiables, con el engañoso propósito culinario de mezclar el aceite con el vinagre. Mejoran el sabor de la ensalada, cuando se juntan en la oficina del paladar y las dosis son afortunadas: tanto más, menos, de uno u otro ingrediente, hasta llegar al improvisado deleite. No me creo más listo ni perspicaz que otro, pero, a simple vista puedo distinguir a los hombres de las mujeres, con escasísimo margen de error. Corolario de esto puede ser el escándalo de órdago formado en tomo a cierto libro de texto redactado por un catedrático de Psicología de la Universidad Complutense madrileña.¡Calma!, no se me echen encima antes de proclamar que ni conozco al profesor Guillermo Quintana, no he leído el controvertido volumen, ni pienso remediar ninguna de estas circunstancias. Me limito a opinar acerca de algo que sólo conozco de oídas, como supongo que es práctica generalizada sobre este asunto o cualquier otro. Quizás me caiga algo simpático el personaje, por su leve parecido con el admirado actor Walter Matthau, al menos según la foto que publicó EL PAÍS en su día. Lo que sé procede, como todo origen de la sabiduría contemporánea, de los medios de comunicación, y parece indicar que el maestro de marras está más solo que la una, con el porvenir en el alero. Ni una voz amiga, adhesión o matiz hacia sus doctrinas. Los alumnos le denuncian, sin que se sepa el porcentaje; los colegas de claustro escurren el bulto; las autoridades académicas -las próximas y las remotas- se desentienden del problema, remitiéndose a formalidades de trámite, e incluso el señor decano declaró su desconocimiento de las quejas y del contenido del libro, pese a lo cual deja de manifiesto el más categórico rechazo.

Cuando, de rebote, el escándalo llega al universo político, el reproche es general, violento, exigente y drástico, aunque discreto resulte consignar que nadie ha reclamado la horca, el paredón o el garrote, proscritos de las prácticas usuales y del ordenamiento vigente. Se acusa al universitario de tener, peor aún, expresar pensamientos sexistas, racistas y xenófobos, coincidencias entre cuantos han ofertado sus opiniones. Por ejemplo, los negros son inferiores a los blancos, aunque no se dice que netamente superiores en las excelentemente remuneradas prácticas del baloncesto, el boxeo y el fútbol competición, además de las carreras de velocidad y fondo, la música de jazz; y el desempeño de muchas alcaldías en importantes ciudades norteamericanas. En cuanto a los orientales, don Guillermo demuestra escasa originalidad al colgarles la tacha de falsedad, pues desde niños conocemos lo que significa que alguien o algo tiene más, trampas que una película de chinos, aunque admiremos las cualidades deductivas del detective Charlie Chan y el sentido justiciero del Pequeño Saltamontes, váyase lo uno por lo otro.

En cuanto al florilegio sobre la condición femenina, el instinto de conservación aconseja vivamente alinearse con la mayoría, que reclama la intervención del Defensor del Pueblo, del Fiscal General del Estado, la Magistratura en pleno, aun a costa de apartarles de futesas como la severidad de los narcos gallegos, las travesuras pirómanas de los chicos de Jarrai o la reprobable actividad del comando Madrid. Divulgar que las mujeres son sensibles, emocionables, frágiles, coquetas y presumidas en el vestir, debería haber sido incorporado a la reciente reforma del Código Penal como delito grave, según el sentir de algunas diputadas y portavoces de distintas tendencias. Posiblemente conste ya la adhesión del 74,28% de las ONG, Greenpeace y de la premio Nobel Rigoberta Menchú. El infeliz catedrático ha retirado de la venta el polémico texto, pero le ha faltado decisión y coraje para proclamar que no sólo todos somos iguales, sino que hay mucha más gente de lo que se cree, aun más igual, si cabe.

Alborotó el cotarro madrileño, ya lo creo. Ahora se debate entre la ceñuda e implacable inquisición de asuntos internos y el desdén de una considerable facción del país. Parece la variante de lo que subraya Curzio Malaparte, en su tiempo: "Lo que no está prohibido es obligatorio". 0 al revés, que uno acaba por no saber lo que dice.

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