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Viva el fin del mundo

Juan José Millás

Es una pena que la expresión "nube tóxica" no constituya una contradictio in terminis, pero ya hemos alcanzado el grado de desarrollo industrial que nos permite una adjetivación tan atrevida. Deberíamos dar gracias a Dios o al Cristo de Medinaceli, cuyo pie derecho ha tenido que ser protegido con una pantalla de metacrilato de la contaminación labial de sus devotos. Se organizan más colas para besar esa imagen que para salir de Madrid por vía aérea.Pero el colapso del aeropuerto es también una forma de progreso, lo mismo que el discurso loco del ministro de Fomento acerca de Torrejón. Ahora, para curarse en salud, acaba de decir que nos hagamos a la idea de que Barajas continuará colapsado durante los próximos dos años (por qué no cuatro y se queda tranquilo el resto de la legislatura). Nos recuerda la declaración de impotencia de Cascos al afirmar que los atentados de ETA aumentarán a medida que se acerque su fin, qué optimista es nuestro vicepresidente. Hay que ponerse en lo peor para que luego no te pidan cuentas de nada los votantes, que están a la que salta.

Los pilotos ya están en lo peor: según sus informes, la pista con la que se va a remendar el aeropuerto se quedará vieja antes de terminarla. Todo esto, incluido el metacrilato y la peluca del Cristo de Medinaceli, es frenesí industrial, y lo demás son cuentos. Hablando de cuentos, las historias sobre Barajas constituyen ya un género oral que la gente cultiva en las reuniones sociales y en las comidas de negocios, sólo que en lugar de arrancar con la fórmula "érase una vez", se utiliza esta otra: "¿A que no sabes lo que me pasó a mí el otro día?". Los responsables de Cultura deberían patentar los arquetipos narrativos que surgen al calor de los atascos aéreos antes de que los copien los belgas que ya cuentan los chistes de Lepe como propios.

Ahora hay unas ideas fantásticas para colapsar también la N-VI. Se trata de recalificar suelo a granel para levantar unas 80.000 viviendas en las que se podrían almacenar unas 500.000 personas que harían inviable salir o entrar en Madrid a través de la carretera de La Coruña en horas punta. Renfe ya ha avisado que no puede poner más estaciones a lo largo del recorrido y los ingenieros aseguran que la carretera ha agotado su capacidad de ampliación, por lo que si los planes urbanísticos en proyecto se llevaran a cabo, el caos podría alcanzar antes del 2005 proporciones aeroportuarias en el tramo que comunica Madrid con la sierra de Guadarrama. Eso es visión de futuro, pensamiento tóxico y urbanismo mefítico, todo a la vez. ¡Pensar que hace nada éramos una comunidad en vías de desarrollo y ya hasta los beatos han tenido que aceptar un filtro de metacrilato industrial'entre su beso y el pie de la imagen venerada!

La cosa es que no podamos escapar ni en coche ni en tren ni en avión cuando se oigan las trompetas del juicio final. Una anciana de Fuencarral decía que cuando vio la nube de cloro pensó que había llegado a Madrid el fin del mundo. Mucha gente cree que el fin del mundo ha empezado por África, y que todavía tardará en alcanzar la Puerta del Sol, pero unos redactores de este periódico lo vieron el otro día en la estación de metro de Atocha y en la antigua fábrica de Boetticher y Navarro abandonada en Villaverde. El calor del verano diluye hasta la sangre de san Pantaleón, pero al arreciar el frío el fin del mundo se apelotona en grumos de miseria que unos combaten con estufas de carbón y otros con inyecciones de heroína en las venas que pasan por las ingles.

Así que hay varios finales del mundo, como hay varias justicias, según la clase social a la que pertenezca usted. Todos ellos, en su infinita variedad, representan una forma de desarrollo. A unos se llega en avión y a otros en metro. Muchos, como la nube tóxica de Fuencarral, te alcanzan de forma aleatoria, cuando menos lo esperas. Los más duros son los que se pueden adquirir a plazos en Majadahonda o Pozuelo porque aunque los empiezas a pagar ahora, no te entregan las llaves hasta el 2005. Para entonces lo más sensato habrá sido convertirse al metacrilato del Cristo de Medinaceli o a la sangre de san Pantaleón, que son maneras también de contribuir al desarrollo del razonamiento deletéreo. Viva el caos.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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