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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El paso de Hebrón

TANTO ESFUERZO ha costado el pacto sobre la retirada militar israelí de Hebrón que, pese a este acuerdo, sin duda positivo, el futuro del proceso de paz aparece rodeado de una intensa niebla. Quizá era lo que buscaba el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, al forzar una política de dos pasos atrás y ahora-presionado por Washington- un paso adelante.El acuerdo fraguado por Arafat y Netanyahu supone diversos retrasos respecto a lo pactado en Oslo (1993) y Washington (1995). La retirada de Hebrón, que debía haberse producido en marzo, no va a ser total, pues Israel mantendrá el control sobre un 20% del territorio para "proteger" a los 400 colonos israelíes que permanecen allí, aunque cede a los palestinos el control civil de la ciudad. La retirada del resto de las zonas rurales -aún indeterminadas- de Cisjordania empezará en seis semanas, pero no estará completada hasta 1998, frente a la fecha de septiembre de 1997 que aceptó el anterior Gobierno laborista.

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La paradoja de la situación, por parte de Israel, queda de manifiesto en el hecho de que si los acuerdos de Oslo fueron aprobados por una mayoría de un solo voto en la Kneset, el acuerdo de ayer, tras el dificultoso apoyo logrado anoche por un Gabinete de coalición derechista dividido al respecto, será probablemente refrendado hoy por una mayoría amplia en el Parlamento. Pues, aunque van a faltarle los votos de los integristas israelíes, recibirá, previsiblemente, el apoyo de los laboristas y otros partidos de la oposición, presagiando así un posible cambio en la situación política israelí. Netanyahu, elegido ocho meses atrás con el compromiso de modificar los acuerdos de Oslo, y considerado por ello como un héroe por los colonos israelíes en Gaza y Cisjordania, es ahora, un traidor para estos últimos. El primer ministro, empujado, por sus propias creencias y por posiciones aún más conservadoras a su derecha, puede verse tentado de buscar los favores de su electorado. Pero si se rompe la mayoría que lo sustenta tendrá que empezar a considerar una coalición con los laboristas.

A su vez, Arafat es percibido por muchos de sus seguidores, y desde luego por sus detractores palestinos, también como traidor por haber hecho concesiones respecto a lo anteriormente pactado. En efecto, las ha hecho en materia de extradiciones, de asuntos policiales, de actitudes políticas y de calendario. Los suyos no le hubieran perdonado un acuerdo sólo sobre la ciudad de Hebrón, por lo que ha buscado un pacto más amplio, que, al menos, le asegura que proseguirá un proceso que sería aún prematuro calificar propia mente de paz.

El acuerdo parece dejar muchos puntos abiertos, y las dificultades que ha entrañado se reflejan en el hecho de que Estados Unidos se haya comprometido a garantizar sus términos, una parte de los cuales son secretos. Los temas más espinosos quedan por delante, desde el destino de muchos presos palestinos en las cárceles israelíes a la definición del estatuto definitivo de Palestina, de sus fronteras, de los asentamientos israelíes en su seno y de Jerusalén, con el objetivo de llegar a un tratado de paz definitivo en 1999. Y si la política que se confirma desde Israel es la de los dos pasos atrás y uno adelante, tal proceso resulta harto incierto, por mucho que reciba el apoyo, como ha ocurrido de manera decisiva, de Estados Unidos o del rey Hussein de Jordania, por no hablar de la discreta Europa.

Más vale que se haya llegado a este acuerdo a que hubieran fracasado unas negociaciones que se han alargado en demasía, pero Hebrón no es ningún Rubicón. Salvo en un sentido: es el primer acuerdo entre los palestinos y un Gobierno conservador en Israel que, además, se ha asentado sobre el principio, hasta ahora repudiado por Netanyahu, de "paz por territorios". Pero no hay garantías de que no sea el último.

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