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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El son de Clinton

EN UNA de sus primeras, decisiones poselectorales en política exterior, Bill Clinton ha hecho lo que se esperaba: dejar en suspenso por segunda vez y por otros seis meses el título III de la ley Helms-Burton, que penaliza las inversiones extranjeras en Cuba. En el año transcurrido, Clinton ha logrado que Europa cambiara el son -antes que el fondo- de sus relaciones con Cuba. Pero si Clinton cambia de nuevo el suyo, cogerá a los europeos con el pie cambiado. Una vez más.El anuncio, adelantando una decisión que se esperaba para mediados de enero, no ha logrado el aplauso que buscaba en el escenario internacional, y en particular en la Unión Europea. La suspensión del título III impide que ciudadanos de EE UU, incluidos exiliados cubanos nacionalizados, puedan llevar ante los tribunales norteamericanos a particulares o empresas extranjeras que hayan traficado con bienes que les fueron confiscados por la revolución castrista, pero el resto de la ley se mantiene en vigor. Son medidas que violan las reglas básicas del comercio internacional, ya sea en Cuba o en Irán y Libia, con otra ley parecida. La posibilidad, ya aplicada, de penalizar a los directivos, o familiares, de empresas que inviertan en bienes nacionalizados en Cuba sigue vigente. Y tras esta ley se encuentran reminiscencias de aquel "América para los americanos", más propio del anterior 98 que de este que se avecina.

Aunque Clinton se ha escudado para esta segunda suspensión en que la comunidad internacional ha progresado en su presión sobre el régimen de Castro, las razones de su gesto hay que buscarlas más en la política interior estadounidense. Clinton es un presidente sin reelección posible, que nunca más será candidato. La política cubana de Washington ha sido hasta ahora rehén de la política interior de Estados Unidos, debido a la presencia de un poderoso grupo de presión cubano y al peso electoral de esa comunidad en Florida.

El presidente Clinton se opuso en un principio a esta ley impulsada por dos congresistas republicanos, pero se vio obligado a aceptarla ante el clamor que produjo el derribo por cazas cubanos de dos avionetas fletadas por exiliados desde Miami para provocar al régimen castrista. Provocación en la que éste cayó conscientemente. Clinton prefirió entonces subirse al carro construido por el Congreso republicano para conducirlo. Con las elecciones a sus espaldas, podría sentir ahora la tentación de alejarse de tales maximalismos. Más allá, todo levantamiento del embargo comercial de EE UU sobre Cuba requeriría una mayoría en el Congreso, de la que hoy no dispone, pero no cabe excluir posibles pasos en tal dirección.

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Entre tanto, la presión internacional sobre La Habana sí ha subido. Europa, de la mano del Gobierno español, ha acercado sus posiciones a las estadounidenses, sin por ello renunciar a su rechazo de la ley Helms-Burton en la Organización Mundial del Comercio ni a su propio "diálogo crítico" con el régimen y la oposición. Pero Castro no parece darse por enterado ni impulsar con decisión las reformas económicas y políticas. De otro modo no se explica el sentido del tiempo del ministro cubano de Economía al declarar a este periódico que no sabe si la liberalización de la pequeña y mediana empresa se producirá este año o el siguiente. Con dudas de tal calado, el inmovilismo parece haber hecho presa en un régimen que no sabe cómo salir de su propio atolladero. Quizás la visita del Papa, confirmada para enero de 1998, tenga un efecto catalítico sobre una reforma, siempre pendiente, que conduzca a una transición hacia la libertad y la sensatez económica.

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