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Un fotógrafo japones desafió lo pactado y entró en el edificio

Juan Jesús Aznárez

Despacito, en pos de la noticia, un fotógrafo de la agencia japonesa Kyodo se separó de sus 20 colegas y avanzó solito hacia la puerta principal de la residencia diplomática tomada por el MRTA. Caminaba manso, con los brazos en alto, mostrando un cartel que le identificaba como periodista nipón. En la confianza de no ser frito a balazos, rebasó con la cabeza gacha la línea de fuego y, alcanzó la puerta, y la primicia: el Comandante Evaristo le franqueó el paso y se prestó a una conferencia de prensa a la que pronto se sumó el grupo descolgado.No era ése el acuerdo entre la policía y los aproximadamente 300 periodistas gráficos de 50 cadenas de televisión internacionales y agencias de prensa incluidos en una lista y divididos en grupos. El Ejecutivo de Fujimori había autorizado, como condición del comando para las nuevas liberaciones, que las cámaras de televisión y los fotógrafos pudieran desfilar frente a la residencia y grabaran las proclamas de Néstor Cerpa Cartolini, pronunciadas con un megáfono. Asimismo, podían grabar a los rehenes asomados a las ventanas.

Respetaron esas limitaciones el primero y segundo grupo de reporteros gráficos, que trabajaron a prudente distancia de la puerta de entrada. No lo hizo el fornido Koji Harada, quien, a voz en cuello, repetía el nombre de su agencia conforme se ponía a tiro. "¡Alto ahí!", le conminó un guerrillero antes de dejarle pasar. Después llegó el resto, entre ellos el fotógrafo del diario Expreso, especialmente virulento en la condena del terrorismo. Ciro Flores creyó que no salía con vida: "Cerpa se me quedó mirando. 'Tranquilo nomás, no estés nervioso', me dijo".

El salón de la residencia acusaba el hedor de fruta podrida y la fetidez de los servicios y había sido atrincherado con sillones, tresillos y muebles puestos contra las ventanas. Algunos aparadores y mesitas almacenaban botiquines de urgencia. El fotógrafo de Gamina Press se maravillaba con los cuatro rehenes presentados a la prensa. "Fue impresionante verlos parados frente a nosotros, tomarles fotos y escuchar lo que decían. Su serenidad fue admirable".El jefe rebelde, con gorra miliciana y metralleta, habló siempre despacio, escoltado por su segundo y una guerrillera rapada y silenciosa que nunca apartó los ojos del satisfecho pelotón de periodistas. De la segunda planta bajaron otras dos de melena negra y adolescentes, también mudas. El tirador de un lanzagranadas cargaba el arma al hombro y se dejaba fotograflar. Algunos trataron de subir al segundo piso, pero fueron detenidos en el descansillo de las escaleras. "No, señores periodistas, por ahí no, por favor".

Cuatro cargadores de metralleta abultaban el pecho del Comandante Evaristo. El hombre a batir vestía de negro-comando y manga corta, parecía complacido. "Están decididos a todo", aseguraba un cámara de Panamericana Televisión.

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