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Alcaldadas

Sin encomendarse a Dios ni al diablo, ni mucho menos al vecindario, han talado, de tres en tres, parte de los bellos y frondosos abetos que ornaban el andén central de la calle Toledo, entre la glorieta de las Pirámides y la puerta de Toledo, al parecer para que "se vea" dicho monumento. Me gustaría añadir que se ve que no veas, y perdón por la redundancia, porque ello nos permitiría relajarnos, dentro de la pena, sintiéndonos protegidos de toda perturbación futura. Sin embargo, no es así: quedan altivos ejemplares solitarios que dificultan la panorámica (sobre todo si se empeña uno en contemplar la puerta situándose detrás de ellos), por lo que resulta lícito suponer que la operación no está culminada, al menos cuando esto escribo (21 de diciembre de 1996). ¿Volverán los sayones a completar el programa? Sólo entonces podrán nuestros regidores pronunciar aquella frase, tan amada por ellos, que reza: Roma locuta, causa finita", aunque quizá alguno de los más veteranos y nostálgicos prefiriese referirse a la "dialéctica de las sierras mecánicas, como corresponde a su estilo`. Mientras tanto, las gentes del barrio lloran su pequeña arboleda perdida, pero ya se sabe que un abeto talado y bien talado es un abeto arrasado, del mismo modo que una ruina histórica demolida por los bulldozers deja de serlo ipso facto y se convierte en nada, o incluso en la nada, que parece poseer más prosapia. ¿Cuántos. años serían necesarios para conseguir árboles del mismo calibre? Claro, que esta pregunta resulta totalmente fútil.Después de haber contemplado largamente el lugar de los hechos, señor Ayuntamiento, se me ocurre a mí que esta Filosofía estética, profundamente innovadora, podría ir aplicándose ahora escalonadamente al resto de la ciudad, hasta convertirla en una especie de new deal refulgente y traspolable al resto del orbe cristiano, pendiente siempre de nuestra inventiva, como es bien sabido. Talar, por ejemplo, los árboles del Paseo del Prado "para que se viera" Neptuno, los de Recoletos "para que se viera" la Cibeles y los de la Castellana "para que se vieran", no las llama das "fuentes océanas" de la Plaza de Colón, que continúan paradas, como mermadas y, desde luego, secas (ni siquiera el enésimo nacimiento del Niño Dios ha obrado milagro alguno en su sempiterna y presunta rehabilitación), sino el envolvimiento exterior de Repsol, el presunto mecenas, que no sólo oculta los decrépitos caños, sino que ha ido creciendo con las lluvias del otoño, sobre todo en ambos extremos norte y sur de la zona, alcanzando ya una altura de cuatro o cinco metros. Naturalmente, el nombre de la empresa campea altivamente por doquier, con lo que, en una ciudad tan chirimbolera como ésta, tal cobertura se ha convertido en el más eficaz y gigantesco de los chirimbolos. Se ve que estos señores no han ido de pequeños al colegio de los buenos hermanos maristas, porque a mí me enseñaron que mi mano derecha no debía enterarse de las actividades de mi mano izquierda cuando obrase alguna buena acción, y viceversa.

El mencionado new deal no tendría siquiera por qué circunscribirse a la tala de los árboles urbanos, a los que siempre se les puede desgajar una rama y atizarnos, ya se sabe, sino a los edificios: ¿por qué no obsequiar a la torre de Valencia con una buena voladura controlada (previo desalojo no menos controlado, claro está) "para que se vea" la puerta de Alcalá desde la Cibeles, como está mandado, sin que se asome por detrás dicha intrusa?

Claro que, conociendo el talante de nuestro excelentísimo, este tipo de sugerencias bien podría cargarlas el diablo: a lo mejor van y se cargan la puerta de Alcalá "para que se vea" la torre de Valencia. Pero, bien es cierto que el que no se arriesga no pasa la mar, así que, pelillos a la ídem.

¿Se imaginan lo bonito que estaría nuestro centro histórico sin bulevares ni tontunas, convertido en proceloso mar de asfalto? La N-1 podría salir del propio Neptuno, ensamblando con el plan general, y las celebraciones de nuestros equipos locales, plagados de multimillonarios multiétnicos, contarían con espacios inimaginables para la exaltación de la gloria deportiva. En suma, un mundo ideal.

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