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¡Good morning, good morning, good...!

Juan José Millás

Nunca he estado en América pero antes de trabajar como cajera en el hipermercado, cada vez que escuchaba un villancico me imaginaba en Nueva York, en cuya Quinta Avenida tenía un ático desde el que se veía un anuncio de Coca-Cola y un Papá Noel gigante de un centro comercial de Central Park. Estaba casada y hablaba con mi marido en inglés porque los dos éramos de allí, claro. Sólo sabíamos decir good morning, pero lo repetíamos muchas veces, en diferentes tonos, y parecía que manteníamos una conversación.Madrid y Nueva York no tienen nada que ver. Aquí, la realidad es como es, o sea, que la Gran Vía, por mucho que te empeñes, es la Gran Vía y Cuatro Caminos es Cuatro Caminos. La Quinta Avenida, en cambio, sin dejar de ser la Quinta Avenida, es al mismo tiempo una película. De hecho, muchas veces he intentado imaginarme en un ático de Bravo Murillo, contemplando enamorada los anuncios navideños de las tiendas situadas en los alrededores, y no puedo; enseguida hay algo que me saca de la fantasía.

Además, si pienso en Bravo Murillo, enseguida me viene a la cabeza la plaza de Castilla, que no sé por qué me recuerda a su vez a Onésimo Redondo; el caso es que cuando aparece el pobre Onésimo se rompe la magia, o peor todavía: me imagino que estoy casada con un bruto que entra en el ático con las manos manchadas y se pone a decir ordinarieces. En cambio, si digo para mis adentros Quinta Avenida, en lugar de Onésimo Redondo se me aparece Robert Redford. En fin, que no tiene nada que ver una cosa con otra. Tú oyes la palabra aeropuerto, por poner otro ejemplo, y si tienes la mala suerte de que a continuación dicen Madrid, te imaginas una estación de tercera donde aterrizan de milagro aviones cochambrosos con gente cargada de gallinas que se pone a comer chorizo cular en los mostradores de facturación. Pero esa misma palabra, colocada al lado de Nueva York, te trae a la cabeza un mundo lleno de hombres recién afeitados, con maletines de piel oscura, y mujeres con abrigos de visón.

En mi versión americana llevaba una vida muy sencilla, sobre todo durante estas fechas tan señaladas. Un día normal, por ejemplo, yo estaba colocando los últimos adornos de Navidad en el árbol, cuando entraba mi marido quitándose la nieve de los hombros. Me daba un beso muy suave en los labios y decía: "Good morning, good morning, good morning, good morning, good morning, good morning".

Es que trabajaba en una agencia de publicidad, y tenía problemas con un anuncio que siempre colocaban boca abajo en el periódico, así que estaba un poco preocupado. Pero yo le tranquilizaba enseguida, diciéndole: "Good morning, good morning, good morning, good morning".

Luego, nos servíamos un whisky y salíamos a la terraza para ver los anuncios luminosos de los tejados. Desde la calle llegaba el ruido lejano de los coches, y los destellos de las luces intermitentes, todo ello disuelto en una especie de niebla muy acogedora que, al respirarla, te traía el sabor de la verdadera NavidadEl problema es que, desde que trabajo como cajera en el hipermercado, me paso ocho horas oyendo villancicos y he llegado a detestar a mi marido americano más que a Onésimo Redondo. Y el ático me parece una cárcel, aunque esté en la Quinta Avenida. Total, que Madrid continúa siendo lo de siempre, un lugar sin magia, sucio, triste, donde el metro es el metro y las esquinas so n las esquinas, pero ocho horas seguidas de Nueva York me agotan demasiado. Además, con Los peces en el río, que es el villancico que más suena por la megafonía, me sale una Quinta Avenida española que me desasosiega mucho. A mí, el que me gustaba era Blanca Navidad en inglés, pero ése no lo ponen nunca. Total, que estas fiestas me han convertido en una mujer triste, sin patria, o, peor aún, en un ser procedente de un país imposible, donde los hombres tienen la mirada de Robert Redford y el temperamento de Onésimo Redondo. ¡Good morning, good morning, good morning, good...! o sea, ¡qué desastre!

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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