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Asaltantes del cielo

Hasta los más minuciosos lectores de la monumental biografía de Trotski escrita por Isaac Deutscher (traducida en México por Ediciones Era) encontrarán datos nuevos y hechos sorprendentes en el filme Asaltar los cielos, dirigido por Javier Rioyo y José Luis López Linares; si aquella formidable trilogía narra la vida entera del profeta inicialmente armado, luego desarmado y finalmente desterrado, esta estremecedora película se ocupa sólo del último acto de la tragedia: el asesinato en agosto de 1940 de Lev Davídovich en su casa mexicana de Coyoacán por el español Ramón Mercader del Río, un agente reclutado por la KGB que ocultaba su verdadera identidad bajo los nombres falsos de Jacques Mornard o Frank Jackson.Los testimonios originales reunidos por Rioyo y López Linares han sido recogidos de muy distintas fuentes: Santiago Carrillo, Víctor Alba, una amiga francesa de la desventurada muchacha norteamericana utilizada por el asesino para ganarse la confianza de su víctima, tres antiguos guardaespaldas de Trotski, un compañero de prisión de Ramón Mercader (encerrado durante veinte años en la cárcel de Lecumberri), Eduardo Ceniceros (su abogado mexicano), Luis Mercader (su hermano menor), su hija adoptiva Laura, españoles exiliados que le trataron cuando regresó a Moscú en 1960 condecorado como Héroe de la Unión Soviética, ex agentes de la KGB, rastros de sus años finales en Cuba desde su marcha a La Habana en 1974 hasta su fallecimiento en 1978. Y en el trasfondo de la historia la figura poderosa y novelesca de la madre, Caridad del Río, a quien Cabrera Infante llegó a conocer en 1960 como funcionaria de la embajada cubana en París.

La película no sólo tiene el interés de un buen thriller y la calidad de un excepcional documental histórico: además sirve para mostrar los extremos de ferocidad cainita a que pueden llegar los movimientos revolucionarios cuando abandonan cualquier forma de democracia interna y se transforman en sectas ideológicas. La decisión tomada por algunos partidos_comunistas -como el italiano- de aproximarse al socialismo democrático y cambiar incluso de siglas está relacionada no sólo con la caída del muro de Berlín sino también con la sangrienta memoria de ese proceso degenerativo de la III Internacional -el asesinato de Trotski fue sólo un ejemplo- bajo el mandato de Stalin. En España, en cambio, el PCE, lejos de replantearse críticamente su pasado, parece dispuesto a reafirmar su identidad aunque sea a costa de destruir Izquierda Unida (IU), una coalición electoral fundada por su iniciativa en 1986.

Es cierto que cualquier comparación entre aquellos asaltantes del cielo de la vieja guardia bolchevique eliminados por Stalin y estos inquilinos del limbo gobernados por Anguita resultaría un chiste y sería ofensivo para los revolucionarios que tomaron el Palacio de Invierno en octubre de 1917. Pero la reunión celebrada el pasado sábado por el Comité Político Federal de IU, que revocó la admisión en la coalición del Partido Democrático de la Nueva Izquierda (PDNI) decidida por su Presidencia Federal hace sólo quince días, reproduce a escala caricaturesca el clima de intolerancia, persecución y fanatismo de la III Internacional. El pretexto para esa expulsión disfrazada de aplazamiento es un documento del PDNI llamando al diálogo de la izquierda; ni siquiera la oferta de retirar los dos párrafos que contenían esa iniciativa fue aceptada como fórmula de compromiso. En la mejor tradición inquisitorial, Anguita exige a los responsables del PDNI el estricto cumplimiento de los requisitos sacramentales de la confesión (examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia): sólo si Diego López Garrido y sus heréticos compañeros se comprometieran formalmente a no tratar jamás de rescatar al PSOE de los infiernos de la derecha le serían abiertas las puertas del paraíso exclusivo de Izquierda Unida.

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