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Optimismo o peronismo

Joaquín Estefanía

En el verano de 1983, apenas ocho meses después de que los socialistas hubieran ganado las elecciones, Miguel Boyer dio una conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Tras la misma, y en una comida privada -a la que asistía entre otros el ministro de Transportes, Enrique Barón-, el ministro de Economía y Hacienda hizo un balance de los primeros meses de Gobierno en el que el único capítulo nítidamente positivo era el macroeconómico: mejoraban aceleradamente los desequilibrios básicos, muy deteriorados entonces.Se puede establecer una cierta analogía, en algunos aspectos, entre aquella situación y esta coyuntura (no en otros; el PSOE gozaba de mayoría absoluta, un apoyo creciente, entre los ciudadanos y la gran capacidad de liderazgo de Felipe González). Si José María Aznar tuviese que presentarse ahora a unas elecciones generales y responder de su acción de gobierno durante el primer año, podría agarrarse poco más que al terreno económico y, sobre todo, a la práctica de dos ministros: Rodrigo Rato, en la vicepresidencia económica, y Javier Arenas, en Trabajo.

Las condiciones de convergencia van mejorando de tal modo que pocos discuten que España vaya a estar en la primera fase de la Unión Económica y Monetaria (UEM), si bien sería incorrecto olvidar que las bases más sólidas de este optimismo. las propició Pedro Solbes en la anterior legislatura. Rato se ha fabricado, en este periodo, un perfil político bajo y se ha trabajado, más bien, la imagen de técnico solvente y creíble.

En cuanto a Arenas, laborando como una hormiga, ha conseguido desactivar- la conflictividad social y presentarse como el gran concertador de nuestros días. ¿Qué pasó con el otoño caliente que tanto se pronosticó? El elemento central de colisión ha sido la huelga general de baja intensidad que los funcionarios han hecho la semana pasada y que, además, ha tenido como efecto secundario, un cierto fortalecimiento ante los mercados del empaque resistente del Gobierno frente a los corporativismos que afectan al déficit público. El pacto con los sindicatos sobre las pensiones o sobre el plan de empleo rural, el acuerdo con los mineros sobre las subvenciones al sector, etcétera, han desmovilizado a los potenciales descontentos de una política de ajuste. El Gobierno ha ganado, aparentemente, tiempo.

El interrogante surge, de forma paradójica, del otro lado de la dialéctica. Los responsables económicos del PP ¿han logrado tiempo o lo han perdido atrasando las reformas más impopulares, como pueden ser la del gasto público o la laboral? El precio de la paz social y del acceso a la moneda única ¿será una situación de mayor debilidad, una vez que España ingrese en la tercera fase de la UEM? El Pacto de Estabilidad, se concrete en los términos en que se concrete, supone sostener el esfuerzo fiscal durante al menos los primeros años del próximo milenio. ¿En qué términos o sobre qué capítulos del presupuesto se aplicará entonces el rigor, dado que la elasticidad del ahorro por la bajada de los tipos de interés tiene un límite?

Uno de los clichés ideológicos mejor conseguidos por los conservadores españoles ha sido el dar a los socialistas el protagonismo de las monumentales cifras de paro que padece España; la larga etapa del PSOE en el poder sería así la era del paro. Pero sin estas reformas pendientes, el problema: tiene muchas posibilidades de mantenerse y la época de Aznar calificarse, como ya hacen algunos, como la del peronismo español. Tras la cumbre de Dublín, en, activo los Presupuestos de 1997 y pasadas las navidades, lo urgente deja paso a lo importante. Y ahí habrá de medirse el calibre del Ejecutivo y los arrestos para enfrentarse a los cambios imprescindibles.

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