Ilegal desigual
"Ningún ser humano es ilegal" es el lema de la convocatoria 24 horas por los inmigrantes de Ceuta y Melilla organizada por la Asociación Proderechos Humanos de España para el próximo 10 de diciembre. Veinticuatro horas frente a, la sede del Ministerio del Interior, responsable máximo de la política de extranjería, para proclamar una evidencia, para denunciar que no hay derecho que prive de sus derechos a ningún ser humano, para manifestar públicamente la indefensión jurídica y las inhumanas condiciones de vida de estos ingratos huéspedes del Estado español, que son confinados, desplazados y exportados como mercancías peligrosas, como residuos tóxicos y contaminantes.La concentración madrileña pretende llamar la atención sobre esta versión contemporánea y paradójica del tráfico de esclavos. Sólo que hoy ya nadie puja por ellos en pública subasta, hay exceso de oferta y el Estado español, guardián de las columnas de Hércules, en la marca sur de la Unión Europea, prefiere pagar para librarse de tan incómodos polizones y emplea los recursos de los que podría servirse para solucionar, o al menos paliar, el problema en aplazarlo, taparlo, alejarlo, quitárselo de encima cuanto antes y como sea.
Para justificar sus injustas medidas, el Ministerio del Interior, defensor de la ciudadela patria, creó esa fementida falacia del "inmigrante ¡legal", una descalificación que culpabiliza y estigmatiza a las víctimas convirtiéndolas en reos del incalificable delito de tratar de sobrevivir fuera de sus reservas. La triste figura del "inmigrante ilegal" ha servido y sirve para que la policía, habilitada como guardiana de la pureza racial, pueda tratar a cualquier persona con la tez más oscura que la media nacional como sospechosa, sospechosa de ser africana y por tanto firme candidata a la ilegalidad inmigratoria.
En una ejemplar demostración de celo, los guardianes del orden abordan en las vías más céntricas de esta capital a ciudadanas y ciudadanos, étnicamente incorrectos, para exigirles sus papeles. Las denuncias por humillaciones y malos tratos en estos abordamientos callejeros son pasto frecuente de las páginas de los periódicos.
Para redondear el estereotipo del africano ilegal y peligroso se ha llevado a cabo una contumaz campaña que le relaciona con el tráfico de estupefacientes y otros delitos de menor cuantía, un sambenito ideal para fomentar los resabios racistas y xenófobos de la población indígena proporcionándoles una coartada excepcional a la hora de no alquilarles viviendas, no darles trabajo, a no ser en condiciones de esclavitud, o negarles el acceso a determinados establecimientos.
Hace unos días pude ver cómo le cerraban a un joven negro en las narices la puerta de una farmacia de la calle de Serrano para atenderle a través de una ventanilla, mientras en el interior del establecimiento media docena de clientes blancos eran atendidos en el mostrador. El cliente a la intemperie se lo tomó con parsimonia y cortesía, incluso me pareció ver en sus labios un rictus de ironía ante la visión de aquellos aborígenes blancos parapetados en su encierro como si esperaran un fulminante ataque del mau-mau.
Uno de los tópicos más falsos de la panoplia del "España es diferente" aseguraba que los españoles no eran racistas. Para rebatirlo no había que remontarse a los Reyes Católicos, bastaba sacar a colación el tema de los gitanos o de los moros. El racismo que estaba mal, el racismo del que estábamos exentos los españoles, era ése del que hablaban los periódicos y salía en las películas, el de Suráfrica o el del Ku Klux Klan. En España no había muchos negros, pero había negritos y chinitos en forma de hucha y los españoles de bien entregaban su óbolo anual el Día del Domund para que les bautizaran y les dieran de comer lo suficiente como para que se quedaran en su casa.
Hace unos años me contaba un amigo afromadrileño, nacido en Chamberí, el tremendo susto que recibió en el primer Domund de su vida cuando, al salir a la calle, un niño de su edad le abordó agitando ante él, como si fuera una maraca, la cabeza de un negro decapitado. Entonces lo interpretó como un siniestro presagio. Hoy ha llegado a pensar que a lo mejor no estaba tan equivocado.
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