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El peligro del antiautonomismo

Los datos aportados por la reciente encuesta del CIS se podrían resumir así: los ciudadanos y las ciudadanas que votaron al partido socialista siguen pensando que hicieron bien en apoyarlo, y una buena parte de los que votaron al Partido Popular se arrepienten de haberlo hecho. Esto no quiere decir que estos últimos vayan a votar en masa a los socialistas, pero unos y otros están empezando a coincidir en lo que bien puede calificarse de profundo y peligroso interrogante: ¿tenemos realmente un Gobierno en España? ¿Existe realmente un proyecto político? Personalmente, éste es el interrogante que yo me formulo, y no me siento ni contento ni satisfecho por ello pese a ser un miembro activo de la oposición.Como ciudadano me planteo este interrogante, por ejemplo, ante un Gobierno que convierte nuestra compleja relación con la Cuba de Fidel Castro en un conflicto sin salida que nos debilita en toda América Latina y que no nos aporta nada en Europa. En vez de propiciar el acuerdo entre los reformistas del propio sistema castrista y los reformistas de la oposición, elemento clave e indispensable de toda transición pacífica a la democracia, el Gobierno del PP fomenta la confrontación entre los ultras de uno y otro lado y convierte a la diplomacia española en un mecanismo de apoyo a gentes como Mas Canosa y otros que entienden el cambio en Cuba como una vuelta de la tortilla que va a darles a ellos la tajada principal del bocado.

El mismo interrogante me plantea el desbarajuste montado por el Gobierno en su política autonómica. Sé muy bien que éste es un tema complejo y delicado. Pero de esto me quejo, precisamente, de que un tema complejo y delicado se trate como un regateo en un mercado equívoco en el que el vendedor y cada comprador negocian uno por uno y en voz baja un trato especial con la condición de que los demás no se enteren.

Y así se podría seguir con la minería del carbón, con las eléctricas, con la congelación salarial de los funcionarios, con la educación y con los restantes aspectos de una acción gubernamental que se caracteriza por amagar y no dar, o por dar donde no debe, o por anunciar medidas a bote pronto que se retiran ante el primer obstáculo imprevisto, o por favorecer a unos amigos y dejar colgados a otros que no lo son, o por desmentir desde un ministerio lo dicho un día antes desde otro, o por dejar en manos de un portavoz provinciano la explicación de cosas que requieren mucha sensibilidad, mucha cultura y mucha visión de conjunto.

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Esto en cuanto al Gobierno. Pero el gran interrogante sobre el ser o no ser del Gobierno concierne también a los que le apoyan con sus votos en las Cortes. Sé muy bien que no es fácil gobernar un país complejo cuando se es heredero -como lo es el PP- de una cultura autoritaria y centralista y se cree poco o nada en la lógica profunda del sistema de las autonomías. Y más difícil es si hay que hacerlo con el apoyo indispensable de unos partidos nacionalistas que sólo representan una parte del territorio y que, además, son minoritarios en sus propios espacios. También sé que para estos partidos nacionalistas no es fácil conjugar su ideología y su mensaje con el apoyo a un partido como el PP, que hasta el último minuto de la última campaña electoral manuvo una dura estrategia de acoso y derribo de todos ellos en nombre de un nacionalismo español que ha dejado tremendos recuerdos.

Pero unos y otros han de ser conscientes de que si quieren gobernar de verdad o, por lo menos, contribuir a la gobernabilidad tienen que sujetarse a unas ciertas reglas y reconocer determinados límites. Es indudable que estos partidos nacionalistas tienen que hacer frente a una presión especial, y que esto les lleva a decir unas cosas y a adoptar unas actitudes que no se compadecen con lo que dicen y hacen como fuerzas que gobiernan en su comunidad autónoma y apoyan al Gobierno de España. Ésta es una de las contradicciones de los nacionalismos, que éstos resuelven normalmente con un doble lenguaje y a veces con un lenguaje radical, cuando quieren subir el tono o cuando no han de responder ante ningún electorado importante.Todo el que ha ocupado un cargo de responsabilidad política sabe lo duro que es tener que lidiar con este doble lenguaje. Yo mismo, en mi condición de ministro de Cultura, he sufrido en mis propias carnes el acoso de tal o cual diputado o senador nacionalista que te acusa y hasta te insulta personalmente por tal o cual problema, y acto seguido te dice que no hagas caso, que no va contigo -cuando no te ha pedido previamente que, por favor, no le digas que sí a su petición porque le complicarías la vida-, pero que ya sabes la situación que tenemos "allí". Y tú, que efectivamente sabes la situación que tienen "allí", aguantas el mal trago y te callas.

Pero la mayoría de los ciudadanos y de las ciudadanas no tienen por qué tragar ni aguantar nada similar, y si un dirigente nacionalista lanza un exabrupto lo entienden como lo que es, como un exabrupto, no como una finta dialéctica que tiene dos receptores: el público de "allí" y el del resto de España, sobre todo cuando esta misma fuerza nacionalista contribuye con sus votos a la gobernabilidad de toda España y la frontera del doble lenguaje se difumina.

Esto es lo que ocurre, a mi entender, cuando Xavier Arzallus lanza sus inflamadas diatribas ante un público fiel de un rincón de Euskadi, o cuando los dirigentes nacionalistas de Cataluña, Euskadi o las islas Canarias se enzarzan en una pelea entre ellos para ver quién saca más tajada con sus votos parlamentarios, o cuando el debate político se convierte en un mero enunciado de cifras, de millones y de dividendos conseguidos a cambio de cada voto. O incluso cuando se recurre a fugas hacia adelante secundarias, pero que a menudo producen más impacto en la opinión que el baile de grandes números, como cuando se habla de fragmentar las selecciones de fútbol. En definitiva, ya no hay compartimientos estancos y el doble lenguaje ha dejado de ser un ardid o una fórma de quedar bien con todos porque las palabras llegan a todas partes y cada uno las entiende en función de su propio entorno.

El resultado combinado de todo ello es la confusión, la alarma, el desprestigio de la política

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y, sobre todo, el debilitamiento del Gobierno y la pérdida de legitimidad del sistema de las autonomías. Que el Gobierno se debilite es preocupante, pero lo peor es que resurja un sentimiento generalizado de rechazo de las autonomías. Ante este peligro, hay que movilizar todas las energías, agrupar a las gentes sensatas y llamar una y diez mil veces a la comunión de las buenas voluntades.

Por ello no basta con criticar la incapacidad o la debilidad del Gobierno ni limitarse a denunciar las contradicciones del PP y de sus socios nacionalistas. El sentimiento de rechazo de las autonomías, o el espíritu antiautonomista, por llamarlo de otra manera, no es patrimonio de un solo sector social ni de un solo partido, y me temo que también se extiende entre los votantes y los militantes del partido socialista, y seguramente también de Izquierda Unida. De aquí a la reivindicación de un cierre de filas en defensa de la unidad maltrecha de España, con todo lo que esto significa en un país con nuestra historia, hay un cierto trecho, desde luego, pero que se puede recorrer de un salto si el follón organizado por el PP y sus apoyos nacionalistas continúa. Creo que la iniciativa del partido socialista exigiendo un gran acuerdo entre todas las fuerzas grandes y pequeñas, presentes en todo el territorio de España o nacionalistas y regionalistas, es lo más sensato y racional que se puede proponer, y me siento especialmente satisfecho de que éste sea el espíritu dominante en las filas socialistas, porque nosotros no podemos aceptar ninguna marcha atrás ni apoyarnos en ningún principio reaccionario del viejo nacionalismo español. Pero un gran acuerdo exige que todos acepten la iniciativa, que todos pongan orden en su propio pensamiento, que todos resuelvan las contradicciones que puedan tener en sus propias filas y que todos pongan el interés general por delante del particular. Luego los electores dirán, pero si no resolvemos éste y otros problemas de fondo es posible que a la hora de la verdad esos mismos electores nos den un buen repaso, a unos por incapaces a otros por no haber liderado con fuerza una alternativa.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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