"Tantos años aprendiendo a morir y ahora, a vivir"
Un enfermo avanzado relata su gran mejoría en los últimos cuatro meses
"Todos estos años aprendiendo a morir y ahora tenemos que reciclamos para aprender a vivir. Lo dice una amiga mía".Jaime, de 33 años, añade que le han regalado tres o cuatro años de vida, "o uno, o seis meses, no sé; yo sabía que me iba". Es alto y delgado Jaime, mueve con energía su cigarrillo rubio entre los dedos y destila bienestar. Aunque todo eso es ahora. Hace apenas, cinco meses, en julio, el sida le había conducido al borde del abismo: tan sólo tenía una cantidad mísera de linfocitos, una delgadez extrema y una inmensa desgana. Había sobrevivido malamente a una grave meningitis. Se sentía morir.
Unas gestiones de sus padres en Barcelona para cambiarle de hospital y 25 pastillas al día -entre las que están tres antirretroviralés, el tratamiento combinado que ha respaldado Sanidad esta misma semana- han obrado el cambio. Los virus están, de momento, en franca retirada (de 400.000 copias del germen por mililitro de sangre a 1.800) y sus defensas en aumento: 300 linfocitos CD4, casi la cantidad que tenía hace cinco años, cuando le diagnosticaron la infección.
"Sí", prosigue, "y yo no soy el único al que le pasa esto de reciclarse, conozco gente que decidió vivir a tope, dejó el trabajo, vendió la casa, y ahora tiene que enfrentarse a la vida...".
Este hombre viste traje y abrigo oscuro, viene de una reunión científica y volverá a otra. Foros donde los laboratorios que fabrican los fármacos antisida explican los nuevos tratamientos y donde él recaba información para sus compañeros del grupo de autoapoyo para seropositivos Entender en Positivo, del Colectivo de Gays y Lesbianas de Madrid (Cogam). Siente que es una forma de devolver todo lo que recibió desde que acudió allí en 1994. "La soledad es el mayor aliado del VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana, causante del sida)", dice, "yo también sé que sin el grupo estaría muerto. Por ejemplo,un médico contó en una charla cuáles eran los síntomas de la meningitis. Gracias a eso yo me di cuenta de que podía tenerla. Así que yo recomiendo todos que no estén solos, que acudan a cualquier organización, que hablen con su médico y que no se reinfecten, que eso es casi peor que infectarse".
Jaime (nombre supuesto) llegó un buen día a Madrid con 18 años, un trabajo recién estrenado en una oficina y ganas de merendarse la famosa movida madrileña. En 1991 él y su novio se atrevieron a hacerse la prueba del sida. "Presentía que tenía todas las papeletas para ser positivo". Eso fue lo que ocurrió y eso fue uno de los elementos que desató el fin de la pareja.
Con los años, sus defensas iban bajando, se enroló en el grupo de autoapoyo, contrajo una tuberculosis tras el verano de 1995 y nunca volvió a trabajar: su gesto entonces ya era lánguido y los ojos se hundían hacia la consunción.
Por entonces oyó hablar, en las reuniones semanales del grupo, de un nuevo remedio: los inhibidores de la proteasa; más tarde, el congreso mundial de Vancouver (Canadá) de este año añadió buenas noticias. Mientras, él se tragaba un puñado de pastillas -dos inhibidores de la transcriptasa inversa y el tratamiento para la tuberculosis-, y vomitaba, perdía peso y no podía ni limpiar la casa. Hasta que un dolor muy extraño le atravesó la nuca: esa tarde se presentó en el hospital y dijo que tenía meningitis. Las pruebas le dieron la razón.
Al salir del hospital comenzó a preguntar a los médicos, quería que le aplicasen una terapia combinada (con dos o más fármacos antirretrovirales, recomendaciones aprobadas esta semana por Sanidad). "Inténtalo", le dijeron.
Las nuevas pautas, a las que Jaime se adelantó, recomiendan las combinaciones de dos o tres fármacos entre los ocho que hay y que atacan a dos catalizadores biológicos -la proteasa y la transcriptasa inversa- vitales para que el virus se multiplique; la posibilidad de tratar a personas con más de 500 linfocitos CD4 y el uso dé la carga viral como prueba.
Pues bien, Jaime decidió volver a casa, a Barcelona. A mediados de julio, en un centro de la ciudad catalana, ya había conseguido su protocolo: dos fármacos inhibidores de la transcriptasa inversa y uno de la proteasa. Al principio, su cuerpo reaccionó con sudores, fiebre y vómitos, hasta que, al asomar septiembre, recuperó el apetito y las ganas de moverse, de hacer cosas. Dice que la mejoría hasta le ha cambiado el carácter. Está dispuesto a todo salvo al amor, una secuela quizá de andar tantos años en el filo del precipicio: "Me he cerrado, no quería hacer daño ni que me lo hicieran, he preferido la amistad"
Sabe que su nuevo tratamiento no implica la salvación. "Puede que la medicación deje de funcionar, pero he visto la luz". Siente que todo esto es una prórroga a su favor en un duro partido.
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