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La derecha francesa pide a Chirac que se deshaga de su impopular primer ministro

Enric González

Alain Juppé no consigue salir del hoyo. Al contrario, su impopularidad se agrava y se acentúa la impresión de que el primer ministro francés pedalea en el vacío. Los grandes barones de la mayoría conservadora hablan abiertamente de su sustitución y sugieren que el propio presidente, Jacques Chirac, de quien depende la decisión, sólo espera ya el momento adecuado para desprenderse de Juppé. Aunque Chirac estuviera dispuesto a cambiar su Gobierno, algo que está por ver, no tiene intención de cambiar de política, y sigue esperando que aparezcan por fin síntomas de recuperación económica

François Léotard, presidente de Unión para la Democracia Francesa (UDF), la mitad liberal de la coalición gubernamental, lanzó el viernes un durísimo ataque contra Juppé: "Si continuamos así, seremos derrotados en las legislativas", declaró a Le Fígaro. Según Léotard, Chirac es ya consciente de las lagunas de Juppé" y "sabe que debe acabar con él, en su mente eso está decidido". Sin embargo, el presidente salió de nuevo en defensa pública de su primer ministro y pidió por enésima vez solidaridad y disciplina a sus parlamentarios. Los barones gaullistas y liberales admiten que, en lo fundamental, la política de Juppé es la correcta. Pero cada vez soportan menos a la persona. Alain Juppé suscita una antipatía generalizada, no sólo por su política de austeridad y por las dificilísimas circunstancias que atraviesa la economía francesa, sino por su arrogancia y su aparente incapacidad de diálogo con los agentes sociales.

En ese sentido, las brutales declaraciones realizadas por el ex ministro del Interior y tótem gaullista Charles Pasqua, acerca de la "descomposición" del Gobierno, resultaban exageradas pero contenían un elemento de verdad. El Gobierno de Juppé ha perdido contacto con la sociedad y no transmite ningún liderazgo. El riesgo que existe, además de un eventual estallido social, es que este rechazo general a la figura del primer ministro termine por reflejarse en los resultados de los próximos comicios. Todas las miradas están puestas ahora en Chirac, de quien se espera tome alguna iniciativa.

Un sondeo publicado esta semana por el semanario L'Express, que se encuentra en línea con otros hechos públicos recientemente, indica que los franceses quieren que ocurra algo. Un 63% considera que para resolver la crisis de confianza hace falta sustituir a Juppé, un 59% desea que se desencadene una gran protesta social, y un 53% considera necesaria la disolución de la Asamblea General y la convocatoria de elecciones anticipadas.

La posición del presidente

Chirac, por el momento, se inclina por algo mucho menos drástico: dentro de un par dé semanas, a su regreso de un viaje oficial a Japón, lanzará un mensaje a todos los franceses por, televisión en el que, previsiblemente, volverá a pedir fe y esperanza en una recuperación económica que, según él, debería empezar a notarse pronto. Es decir, dirá lo mismo que en su mensaje del 14 de julio, cuando la recuperación fue anunciada para septiembre. El problema de Chirac es que los franceses le vinculan a, Juppé, y éste le arrastra en su caída de popularidad. El crédito del presidente es ahora muy limitado. Mientras tanto, Philippe Séguin, presidente de la Asamblea Nacional, asume cautamente su papel de única alternativa posible a Juppé. Entre el clamor de críticas y llamadas al orden en el seno del gaullismo, resulta llamativa la extrema discreción de Séguin. Como mucho, se permite referencias indirectas: "No se puede esperar que la gente consienta el cambio, se adapte, evolucione, haga todos los esfuerzos necesarios, si no se le, propone más que una política de restricciones, de racionamiento, de austeridad, si no se tiene de la economía otra visión que la del sacrificio", declaró el jueves.

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