El santo monolito
El bulevar de Juan Bravo ha sido milagrosamente preservado como reliquia de una ciudad más amable con sus ciudadanos, una ciudad a la medida del hombre y no del automóvil. El bulevar de Juan gravo está entre rejas que le protegen de la voracidad de los conductores que colapsan las dos calzadas que corren a ambos lados de esta isla longitudinal y arbolada, interrumpida por un rosario de quioscos que abren sus terrazas con el buen tiempo.El bulevar de Juan Bravo es un orgullo para este orgulloso barrio de Salamanca, barrio burgués por excelencia ideado por el marqués que le prestó su nombre, don José Salamanca, aventurero y pionero de la ingeniería financiera que llegó a ser ministro de Hacienda tras una juventud revolucionaria y una madurez de liberal, adalid del dejar hacer, dejar pasar, que' en su caso, como en tantos otros, se traducía por dejadme hacer, dejadme pasar. A lo largo de su provechosa trayectoria, Salamanca tuvo tiempo de arruinarse y enriquecerse vanas veces, se distinguió por otorgar en más de una ocasión público perdón a sus acreedores y. desarrolló sus vocaciones complementarias de mecenas de las artes y urbanista modelo sin abandonar nunca sus viejas artes de manipulador y especulador.
Al bulevar de Juan Bravo le ha crecido en un costado una nueva plaza que ha brotado sobre el esquinazo de la iglesia del Pilar, semicubierta por piadosos árboles que humanizan lo que más que fronstispicio de templo parece fachada de un organismo oficial, sede de burocráticos despachos. La plaza ha tomado carta de naturaleza con la entronización de una, estatua de la citada Virgen, a la que se representa siempre calzada sobre el pedestal, origen de su denominación. Pero la Virgen de esta plaza no es una talla convencional, sino una versión sui géneris de la advocación mariana. Puede verse el pedestal, pero no la Virgen miniatura que reposa sobre él, protegida por una especie de garita, todo de piedra gris, a medio camino entre los cruceros: gallegos y la estatuaria de jardín particular en piedra artificial. La fe, que no la vista, puede certificar que el bulto oscuro que remata la columna es una representación de la Virgen. La obra es una prueba más del. minimalismo cutrelux que se gasta el Ayuntamiento madrileño, que ha inventado el monumentalismo liliputiense con suma modestia. Bajando por el bulevar puede verse un Velázquez de la misma escuela, un Velázquez a pie enjuto, corto de talla y emparedado entre bloques de porcelanosa como si hubiera entrado en un urinario.
En la plaza recién, inaugurada, junto al pequeño parterre que rodea la estatua y en el que languidecen un par de docenas de flores, dos vecinas del barrio, arregladas para ir a misa, comentan, para el que quiera oírlas, cuánta falta le hacía al barrio una imagen virginal, media-, dora de todos los pecados ciudadanos que en sus entornos se cometen. La estatua y, sobre todo, la nueva iluminación de la zona impedirán sin duda que huidizos toxicómanos y anónimos alcohólicos encuentren refugio en este selecto rectángulo del barrio de Salamanca. Algo más que agradecerle al Ayuntamiento de Madrid, a la Casa de Aragón y a una caja de ahorros, entidades que han colaborado en la santificación de este enclave ganado para la fe con sus óbolos, tal y como señalan las correspondientes placas.
Pero éste no es un barrio de pecadores públicos, sino privados, incluso los bien alimentados cachorros que en el verano pululan y coquetean a la sombra de las terrazas nocturnas constituyen una tribu domesticada, aunque algo escandalosa, una tribu de diseño cuyo ritual preferente. es la mutua exhibición de su aliño indumentario y su palmito. El diario Abc, en una inolvidable portada de los años ochenta, afirmaba que los jóvenes noctámbulos de Juan Bravo eran gente BCBG, buen chic, buen género. El mero hecho de que después de semejante provocación, tras haber sido infamados por tan ofensivas siglas, los jóvenes del bulevar no acudieran en son de guerra y apedrearan los cristales del diario conservador puede servir como demostración de su talante pacífico.
En verano, Juan Bravo se convierte en J. B. para los habituales de una ruta en la que conviven aguaduchos rocieros, terrazas tropicales, chiringuitos playeros y cantinas texmex. Las aceras, salvadas de los coches, suelen ser invadidas entonces por sus monturas de dos ruedas, potentes y bruñidas motocicletas o ciclomotores y escúteres primerizos sobre los que rinden sus primeras cabalgadas gentiles amazonas BC y caballeretes BG con sus arreglos de gala.
El barrio de Salamanca no cuenta mucho en las guías turísticas, que le despachan con unos cuantos elogios al raciocinio que preside su estructura de cuadrícula y al confort interior de unas viviendas que no llegan a tener un estilo definido, pero que coquetean con variadas tendencias arquitectónicas sin grandes alardes imaginativos. Un cronista contemporáneo y conservador, Juan Antonio Cabezas, en su libro Madrid, es el que más se extiende en la glosa. En él, bajó el epígrafe El barrio de Salamanca: geometría y espíritu, puede leerse que tiene forma de trapezoide y que es el primer, "ensanche europeo", de la capital. Dice Cabezas que todavía a mediados del siglo XIX daban hortalizas las huertas y trigo de las tierras de pan llevar en que se alza hoy este civilizado predio de la burguesía madrileña. "Este barrio de calles rectas y pobre arquitectura", continúa el cronista, "es una consecuencia del liberalismo y del librecambio... Las casas no tienen estilo arquitectónico, pero tienen instalación de agua fría y caliente, baño y cocina para carbón de piedra". Lujos burgueses para un barrio más mesocrático que aristocrático, pero que aún conserva pujos heráldicos y genealógicos, donde todavía es posible escuchar cómo un camarero, fina y educadamente, reclama al señor marqués el pago de las cuentas atrasadas, una fortuna familiar dilapidada en cañas y gambas a la plancha.
La Virgen del Pilar que ha sido entronizada sobre este barrio afrancesado por la intercesión de nuestro piadoso alcalde no es más que una punta de lanza de una oleada virginal y monumental con la que Alvarez del Manzano quiere resarcirse de la ofensiva agnóstica que le impidió colocar su monolito mariano en el- parque del Retiro, que es el magnífico jardín trasero del barrio de Sala anca, campo de juegos y escarceos do sus sonrosados vástagos urbanos.
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